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sábado, 9 de mayo de 2009

Anime ¿Arte o mercado?


Por Pavel López


Para algunos su peculiar imaginario, estilos gráficos y variedad genérica le confieren al anime (dibujo animado) japonés un lugar cimero dentro del discurso audiovisual contemporáneo. Otros han llegado a catalogarlo como una “macabra venganza” del país asiático contra Occidente tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en 1945.

La efectividad con que las series y filmes japoneses se impusieron internacionalmente en la década del 80 del pasado siglo, y los “dolores de cabeza” que propician los enrevesados argumentos de muchas de estas películas en los espectadores ajenos a la Historia, sistemas filosóficos y religiosos orientales, sustentan la hipótesis.

A tales planteamientos cabría oponer que el “perverso artefacto cultural” estremece, en primera instancia, los más variados sectores de la propia sociedad nipona, la cual no ha dejado de ser en la actual centuria su público preferencial.

Las estadísticas hablan por sí solas: En la actualidad operan cerca de 440 compañías de animación en Japón, las cuales producen más de 10 horas de dibujos animados al día (1). De igual forma, se mantienen al aire 80 series televisivas simultáneamente en infinidad de franjas horarias, incluida la madrugada.

Para llenar la copa, toda una avalancha de artículos asociados al anime forma parte de las rutinas de consumo de los japoneses. Dentro de ellos podemos mencionar videojuegos, bandas sonoras, literatura, juguetes, vestuario y productos alimenticios.

Ni qué hablar del fenómeno manga (historieta), materia prima fundamental de múltiples largometrajes y series que se realizan en el país; estos materiales tienen su origen en dichas publicaciones, leídas por más del 40% de la población, lo cual garantiza los ingresos anuales de la industria, en el rango de los 520 billones de yenes.

Para todos los gustos

Aparejado a esta insólita “explosión animada”, se da el fenómeno de la especialización de los productos audiovisuales. Los realizadores del género han marcado una distancia notable de sus semejantes en el resto del mundo, justamente por el deseo de llegar a los más variados sectores (jugada que apunta, lógicamente, al incremento del consumo).

De esta forma se han ido estableciendo clasificaciones dentro del anime, con peculiaridades en cuanto a diseño e historias, que toman en cuenta variables como la edad, el género e incluso la orientación sexual del público meta. Todo ello redunda en una aceptación desmedida de tales productos en el Japón contemporáneo
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La crítica afirma que el anime es parte indisoluble de la vida de sus habitantes, un fenómeno quizá comparable a la dependencia que sienten los latinoamericanos por las telenovelas.

Las historias de «mechas», del ingles mechanical, tienen amplia aceptación en el público del anime.


Polémica nipo-animación


Entre los tópicos más discutidos con respecto a la producción animada nipona sobresale la occidentalizada imagen de sus personajes, diseñados sobre cánones figurativos, que poco o nada emulan las características del japonés promedio.

Varios especialistas localizan la raíz de dichas concepciones en la era Meiji, específicamente en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, período de aperturas y agudas transformaciones políticas, económicas y sociales. A partir de este momento el imaginario nipón sucumbió a un proceso, según expertos, de “autoblanqueamiento” o “desjaponización”.

En otras palabras, los patrones occidentales de belleza se impusieron, y solo el manga y el anime lograron regalar a los habitantes de la nación asiática la imagen que esperaban ver de sí mismos: un sujeto donde se hibridaban características caucásicas y nativas, imposibles de concretar en el “cine real”.

De igual forma, la violencia y alusiones sexuales presentes en buena parte de anime han sido fuentes de agudas polémicas. Series como “Sailor Moon”, “Dragon Ball” o “Ranma ½”, de amplia distribución ahora mismo en Europa y América Latina, se han transmitido en la pantalla chica de esos países tras un radical proceso “purificador”, que incluye la supresión de escenas eróticas “explícitas” y la manipulación interesada del doblaje; ello posibilita que múltiples personajes masculinos de imagen andrógina, muchas veces de abierta orientación homosexual, aparezcan con voz de mujer, para que los niños los confundan con féminas y así no reciben una información “inapropiada”.

Algunos críticos apuntan que tales personajes-hombres-ambiguos, presentes en casi todas las producciones de manga y anime son, simplemente, ingenuos mecanismos para que las jóvenes japonesas puedan experimentar fantasías que les son negadas a las mujeres en esa sociedad. Este tipo de series las transportan a un universo donde “lo femenino” tiene cierta hegemonía, ya sea por la presencia de heroínas o héroes andróginos, lo cual les garantiza fantasear con su sexualidad en un contexto de mucha más confianza.
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Las aventuras del anime en el Caribe

Escándalos a un lado, hoy día las vertientes temáticas del género son más amplias de lo que pudiera imaginarse. Entre ellas, se pueden mencionar la ciencia ficción, el discurso ambientalista, las historias de robots gigantescos manipulados por hombres (mecha) y el deporte, entre muchas otras.

Y aunque algunos consideren que el vértigo de los cubanos por el anime es reciente, lo cierto es que desde la década del 80 un alto porcentaje de las películas de animación exhibidas en las salas de cine procedía de la nación asiática. Por ese camino llegaron a nosotros infinidad de mecha (“Voltus V”, “Mazinger”, “Yaltus”), cintas protagonizadas por animales (“Los ositos polares”, “Tao Tao”, “La historia de un osito panda”), adaptaciones de clásicos de otros géneros (“El lago de los cisnes”) y un largo etcétera.

Asimismo, aún con décadas de retraso, la pantalla chica en la isla mayor de las Antillas ha visto desfilar series de la talla de “Ángel”, “La princesa caballero”, “Marco”, “Heidi” o “Astroboy” (conocido en Cuba como “Jet Marte”), de rotundo éxito en todo el mundo. Como se ve, Cuba no estuvo ajena al boom internacional del anime en los 80.

Eso sí, las expresiones más maduras y depuradas artísticamente de la modalidad, debieron esperar al presente milenio para encontrar un lugar en las pantallas cubanas. El espacio televisivo Ciencia y Ficción puede considerarse entre los pioneros en abrir los brazos al animado japonés adulto, y más recientemente, X-Distante, del Canal Habana, el cual merecería incorporarse a una señal de alcance nacional.

Por este último han desfilado piezas antológicas, desde “Akira”, de Katsuhiro Otomo (para muchos el “Blade Runner” del dibujo animado), hasta las películas de Hayao Miyasaki, unánimemente aclamado como la figura más visionaria y descollante de la segunda generación de animadores japoneses.

En resumen, ya sea haciendo concesiones a la audiencia, con guiños al mercado extranjero, o respetando la cartografía histórica, cultural e ideológica del Japón, el anime se las ha agenciado para demostrar su legitimidad.
Si no consigue aún la jerarquía en los mercados foráneos, dominados por los maremotos de mediocridad sello Disney, al menos no deja lugar a dudas de su contundencia artística en los tiempos que corren.

Así lo atestigua el Oscar otorgado a “Los viajes de Chihiro”, del propio Miyasaki, en 2002, reconocimiento sólo comparable al Oso de Oro que se llevara meses antes la rotunda cinta, durante el Festival de Cine de Berlín.

Las cotas de maestría que puede, y de hecho alcanza, año tras año el dibujo animado nipón son motivo más que suficiente para no serle indiferente.


Notas:

(1) A partir de este momento las cifras pertenecen al ensayo “El manga y el anime: la máquina transcultural”, del periodista Dean Luis Reyes, publicado en la revista Cine Cubano No. 159, enero-marzo 2006.

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