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sábado, 12 de noviembre de 2011

¿Por qué hay que apoyar a los estudiantes de Belgrado?

Ivan Selimbegovic Viento Sur

Desde el 20 del pasado mes de octubre, los estudiantes bloquean las facultades de filosofía y de letras de Belgrado. Con la consigna de “el saber no es una mercancía”, ponen en cuestión las condiciones de acceso a la educación y al saber. En Serbia este acceso se paga caro: 800 a 3.000 euros de gastos de matrícula al año, en un país en el que el salario mensual por habitante alcanza justo los 300 euros por mes.

Estos gastos exorbitantes dan un triste acceso a las bibliotecas sin libros, a las aulas sin calefacción, a los profesores que confunden “autoridad” con “desprecio”. Y durante ese tiempo, la opinión ignora a los estudiantes en lucha y los medios les dan la espalda. El rector de la facultad de letras, el único se ha hecho oír, ha exigido públicamente la intervención de las fuerzas del orden a fin de dispersar a las bandas de “anarquistas”, “comunistas”, toxicómanos”, que siembran disturbios en un establecimiento que se está convirtiendo en su propiedad privada. A pesar de las amenazas, los estudiantes siguen determinados en su voluntad de “bloquear el bloqueo del saber” y llaman a desingularizar su causa solidarizándose con los manifestantes de Nueva York, Londres o Madrid.

Las movilizaciones de Belgrado no constituyen un acontecimiento aislado en la región. En 2009, los estudiantes croatas ocuparon, durante varios meses, las facultades de Zagreb, la capital. En estos países trágicamente destruidos por años de guerra, de oleada nacionalista y de privatizaciones opacas generadoras de grandes desigualdades, ¿están las universidades a punto de convertirse en espacios de emancipación política?

Para Ivan Selimbegovic, doctorando en filosofía en la universidad ocupada de Belgrado, los estudiantes defienden el bien común.

Cuando desde hace varios días los estudiantes bloquean las facultades de filosofía y letras de Belgrado, el análisis público de sus reivindicaciones –con la excepción del excelente artículo del profesor Todor Kuljic- se sigue haciendo esperar. Nuestros decanos, rectores y ministros persisten en su ceguera y rechazan considerar la seriedad y la profundidad del problema planteado por los estudiantes. Los medios, por su parte, se contentan con análisis sensacionalistas, incapaces de discutir la cuestión en un contexto en el que la calidad del sistema educativo es presentada como globalmente satisfactoria. ¿Tienen razón los estudiantes y hay que apoyarlos? Estas preguntas sin embargo esenciales son evacuadas del debate público. Partiendo del análisis de la consigna que resume el corazón mismo de las reivindicaciones estudiantiles –el saber no es una mercancía- aporto a estas preguntas una respuesta positiva. ¿Cuál es el sentido de esa consigna?

Primero hay que definir la noción misma de mercancía. Dos de sus características son importantes de subrayar: la mercancía está sometida a una apropiación exclusiva (es objeto de intercambios comerciales) y es siempre consumible. Sin embargo el saber no se corresponde con ninguno de esos dos criterios.

El saber es un bien público y esto por dos razones. Primero, el saber no es jamás un producto de una sola persona. Cada gran descubrimiento resulta de un trabajo secular en el que está comprometido un número cada vez más grande de participantes. Tomemos por ejemplo el sistema heliocéntrico de Copérnico. Calificarle de “copernicano” nos hace olvidar que fue inventado en reacción al sistema ptolomeico que fracasó en su tentativa de explicar el movimiento de los cuerpos celestes. Este fracaso no fue señalado por un solo científico, sino por un ejército de científicos que se dedicaron con obstinación a la observación del firmamento, subrayando las carencias de la teoría ptolomeica, pero ensayando también de adaptarla (o de encontrarla una alternativa), para finalmente llegar a una forma que respondía difícilmente a la conciencia científica de la época copernicana. También, no hay que olvidar los numerosos astrónomos que en su esfuerzo por concebir tablas de los movimientos celestes, condujeron a Copérnico a formular su hipótesis heliocéntrica. Igualmente, no olvidemos a los interlocutores que le ayudaron, por sus críticas y sugestiones, a concebir, precisar, articular su hipótesis… No olvidemos en fin a los numerosos sucesores de Copérnico que validando o discutiendo su teoría, le dieron la fuerza para cambiar el mundo.

Si el azar eligió a Copérnico para romper con las teorías existentes, en ningún caso esta nueva teoría puede atribuírsele solo a él. Es la consecuencia del trabajo de sus predecesores y es este todo lo que ha hecho su teoría no solo posible, sino necesaria. Además, sin el apoyo de sus comunidades, estos científicos no habrían jamás podido consagrar la energía necesaria a su trabajo y contribuir así a estos nuevos descubrimientos. El contexto actual confirma esta tesis: no existe teoría científica sin un trabajo concertado de investigadores que se apoyan en otros equipos de investigadores… que son por otra parte remunerados gracias al presupuesto del estado, es decir, con el dinero de los contribuyentes. Se deriva de ello que una teoría no puede en ningún caso ser la propiedad de un solo individuo, ni siquiera de un número limitado de individuos –el saber producido por esa teoría se impone como la propiedad colectiva de todos los individuos, y no puede por consecuencia ser de pago.

Decir que el saber es un bien público comporta otra dimensión importante. Recientemente, los medios (en Serbia) han anunciado que los libros no podrán ya ser fotocopiados, ni para las necesidades escolares, con el pretexto de que los estudiantes, una vez asalariados, van a sacar beneficios del saber adquirido, y que por consiguiente, la compra de las herramientas escolares es una inversión en su propio futuro. Lo absurdo de este argumento salta a la vista en cuanto uno se plantea la siguiente pregunta: ¿Fue Copérnico el único en haber sacado provecho de su descubrimiento? ¿Newton, Tesla, Einstein, Watson, Crick fueron los únicos en haber sacado provecho de los descubrimientos que se les atribuyen? ¡No! Hoy, el planeta entero recoge los frutos de “sus” teorías. Su trabajo de investigación ha aportado cambios que afectan casi a cada habitante de este planeta. No solo no trabajaron por su propio bien –trabajaron por el bien de todos. Jamás, ni en su eclosión, ni en sus consecuencias, el saber puede ser tomado como un bien privado, para la propiedad privada. Es pues excesivo hacer pagar el trabajo que intenta su profundización, a menos que lo paguemos todos. Lo que significa hoy que le corresponde al estado financiarlo.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, es curioso constatar que un gran número de estudiantes no se une a la lucha en curso en las facultades de Belgrado –pero es aún más incomprensible ver al conjunto de la opinión pública permanecer apaciblemente sentada viendo cómo un centenar de estudiantes se moviliza por el bien de todos. Ningún grupo social puede permitirse permanecer indiferente a la necesidad de tener una educación gratuita. Cuando el enseñante contribuye a la prosperidad del conjunto de la comunidad, es vergonzoso ver a esta misma comunidad permanecer con las manos cruzadas, mientas que un pequeño número de estudiantes se debate para mejorar nuestro futuro. Esta misma comunidad que hoy ignora a los estudiantes, espera que mañana los médicos la curen, los ingenieros construyan puentes, casas, fábricas, que los filósofos y los sociólogos discutan y articulen los problemas que aparezcan, que los investigadores descubran medios para mejorar nuestras condiciones de vida. Los que no están dispuestos a sumarse a la lucha por el saber no deben pretender beneficiarse de él. Y en cuanto a los políticos que nos ignoran, y a los rectores que nos calumnian, deben verse prohibido todo acceso al espacio público.

El saber no es un objeto de consumo. En el documental de Jason Barker, “Marx reloaded”, presentado en el marco de la enseñanza alternativa en la facultad de Belgrado, el filósofo esloveno Slavoj Zizek defiende esta tesis con un ejemplo muy sencillo: si tienes ante ti un filete y eres el único en comerlo, no queda nada. Pero si el saber lo comparto, entonces todos salimos ganando. Porque no solo todos estamos dotados de ese mismo saber, sino que el saber es de tal naturaleza que su reparto le enriquece: cuanto más gente haya para pensar en algo, tanto más ese algo estará reflexionado, criticado, mejor articulado. Ningún argumento puede justificar que el saber se vuelva de pago, pues quien le comparte no pierde nada. Al contrario, se da la posibilidad de enriquecerlo compartiéndolo en la discusión con otros. Además, no solo el saber no se consume en el intercambio, sino que sencillamente no se consume. Por ejemplo, sin la teoría de la gravitación de Newton, incluso si está hoy “superada” por la de la relatividad, no enviaríamos hoy satélites al espacio. Hoy aún, la teoría de las ideas de Platón inspira a investigadores y filósofos de múltiples corrientes. Sin hablar de las ventajas y de los inconvenientes de las matemáticas euclidianas. Deberíamos maravillarnos ante los 130 años del puente que, en Belgrado, atraviesa el Danubio y une la ciudad. Sin embargo hoy, ni un solo político serbio se da los medios para promover la producción de saberes cuya duración es tan enorme.

Estas observaciones aportan otras conclusiones preciosas. No solo el saber no es un objeto de consumo – sino que sencillamente no es un objeto. El saber no es la información. Las informaciones se encuentran sobre el papel o en los ordenadores, pero están muertas en sí. Solo cuando esas informaciones son reflexionadas, discutidas, analizadas, interpretadas, el saber aparece. Por emplear una metáfora, se podría decir que “el saber es la vida de la información” –y no “la información viva” , una expresión absurda (que se oye), debido a que la información se vive cuando se hace algo con ella, cuando la comunidad la trabaja. Se asiste aquí a otro absurdo del sistema educativo. La tendencia general de las reformas europeas de la educación del proceso llamado de “Bolonia” consiste en operar la distinción entre la enseñanza y la investigación: el saber es enseñado en las universidades, es producido en los institutos. Así, en las universidades, se paga para adquirir el saber (se compra), mientras que en los institutos, se es pagado para producirlo (se vende). Al margen del hecho de que esta práctica que hace de nosotros, los estudiantes, unos alevines, y de nuestros profesores de la universidad unos antiguos que en los institutos se transforman en topos que cavan algún tiempo bajo tierra para sacar ocasionalmente las huellas de su saber al espacio público, es contraria a la naturaleza misma del saber. El saber adviene en su articulación con otros, en su compartir y en las discusiones. A propósito de esto, es interesante observar que autores tan opuestos como Karl Marx y John Stuart Mill hayan compartido esta constatación. El saber es siempre algo público, el objeto de un en-común –en consecuencia, la lucha por el saber debe ser apoyada por todos, pues esta lucha supera las disputas partidarias.

Las luchas estudiantiles de hoy muestran justamente que el sistema educativo actual desafía la naturaleza misma del saber, que impide el progreso y el enriquecimiento del saber, y por ello el progreso y la prosperidad de la comunidad en su conjunto.

El hecho de que los estudiantes militen por el reconocimiento del saber como bien público, y no por sus propios intereses (incluso cuando no tengan conciencia de ello), nos aclara sobre la forma tomada por la movilización. La ocupación de la universidad es un acto simbólico por el que los estudiantes se apropian del espacio mismo de producción y de enseñanza del saber –los estudiantes quieren la universidad, quieren educarse, quieren el mismo acceso al saber para todos. El término elegido, el de “bloqueo”, puede inducir un error: no se trata de bloquear la enseñanza y el desarrollo del saber –sino más bien bloquear el bloqueo del saber que prospera en las universidades bajo la máscara del proceso de Bolonia y de los gastos de escolaridad que se han hecho exorbitantes. La organización cotidiana de las enseñanzas alrededor de temas diversos muestra el interés verdadero que los estudiantes tienen por el saber. Eminentes profesores, conscientes de la verdad para la que los estudiantes se movilizan, son invitados a dar clases en el marco de la “enseñanza alternativa”. La enseñanza prosigue en las universidades bloqueadas.

En último lugar, se plantea aquí la cuestión de la articulación concreta de las reivindicaciones estudiantiles. Esta cuestión es discutida noche y día en las universidades bloqueadas. Ayer, en la facultad de filosofía, fue también planteada en el debate que siguió a la exposición del profesor Todor Kuljic. Se ve claramente que las reivindicaciones están a veces mal articuladas, se ve también que han sido hechas demasiadas concesiones a la moda de la “bolonización” y de la “capitalización” del saber: ningún argumento justifica los gastos de escolaridad que equivalen a tres salarios mensuales. ¡La enseñanza debe ser gratuita!. Que esto sea el corazón del problema da fe del hecho de que los problemas planteados por las clasificaciones y el número de puntos necesarios para quedar exento de los gastos de matriculación, pueden difícilmente plantearse en las universidades donde el saber es libre y accesible a todos. Estas posiciones se articulan lentamente pero de forma segura y todos los que están aunque sea un poco por la verdad y una vida mejor, no tienen otra opción que unirse a esta lucha.

http://www.contretemps.eu/interventions/pourquoi-faut-il-soutenir-%C3%A9tudiants-belgradois

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4537

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