Las 'maras', pandillas juveniles centroamericanas cuyo ejemplo amenaza expandirse hacia el sur
Arturo Alejandro Muñoz | Para Kaos en la Red
El actual modelo económico neoliberal, excluyente, concentrador de riqueza en un pequeño grupo de familias, que desnacionaliza países enteros en aras de convertir Centro y Sudamérica en una plataforma de comercio, exportaciones y servicios financieros depredando recursos y territorios sin compasión ninguna, no da cabida a las aspiraciones de millones de latinoamericanos, incluyendo por cierto a la juventud.
No constituye misterio ni despropósito afirmar que el sistema capitalista (hoy en su etapa evolutiva neoliberal) requiere contar, para su existencia, con determinados eventos que en absoluto son plausibles desde el punto de vista social y humano.
El capitalismo jamás podría mantenerse en el tiempo si no existiese un significativo contingente de mano de obra de reserva (cesantía) que permita pagar oficialmente salarios bajos y amenazar con hambrunas a quienes osen alzarse en contra de lo estatuido. Así también ocurre con otros ‘males’ que son propios de ese sistema, como el narcotráfico, la delincuencia común, las pandillas juveniles, las barras bravas y la amplia diferenciación de clases sociales a partir de los ingresos económicos que permiten un mayor poder de consumo.
Tales asertos distinguen no solamente a los países tercermundistas, sino también a las sociedades de naciones desarrolladas, como Estados Unidos de Norteamérica, Inglaterra, Alemania, Rusia y Francia, donde existe una marginalidad de igual talante que aquella posible de encontrar en repúblicas latinoamericanas.
En estas últimas –especialmente en aquellas ubicadas en Centroamérica- ha surgido un elemento disociador de pésimo pronóstico social que mantiene en estado de alerta a los distintos gobiernos, amén de sumir en honda preocupación y temor a gran parte de la ciudadanía. Se trata de la violencia juvenil, de las pandillas, o ‘maras’, como se les conoce en algunas naciones centroamericanas.
La palabra ‘Mara’ nos remite a la visión y estructura de una pandilla, es decir a una asociación, a un grupo de varias personas reunidas por una causa común. Estas Maras tienen un origen doble. En un principio, se trató de grupos pertenecientes a barrios y/o universidades en algunas repúblicas centroamericanas (Guatemala, El Salvador, Honduras) que se reunían para acordar determinadas acciones. En esos primeros años, la noción de violencia todavía no estaba presente.
La segunda parte de este proceso tuvo lugar en Estados Unidos. Con la emigración masiva de los salvadoreños a esa especie de El Dorado después de la guerra civil (década de los ‘80) que desangró a la pequeña nación centroamericana, muchos jóvenes comenzaron a organizarse para defenderse del clasismo y racismo norteamericano, el que les dejaba un exiguo espacio laboral y sólo en determinadas ocupaciones de bajos ingresos, especialmente en la ciudad de Los Ángeles (California).
Poco a poco, dos grupos hacen su aparición, La Mara 18 (M18) y la Mara Salvatrucha (MS). Pronto, su única razón será el aniquilamiento de la otra pandilla para apropiarse no ya del barrio mismo sino, principalmente, del ‘seguro y resguardo protector’ que cobran a negocios y locales comerciales del sector.
El antropólogo guatemalteco Rolando Aecio, en el diario digital Elobservatodo.cl afirma que el término "Mara" “”surge en Guatemala a mediados de los años 70, inspirado en la película hollywoodense de ficción: "Marabunta", cuyo argumento gira en torno al desplazamiento y ataque de ese tipo de hormigas de las selvas amazónicas a centros urbanos en los EUA (al estilo de "Los Pájaros", "Abejas asesinas", "Ratas", "Snakes" y demás plagas hollywoodenses). La forma conjunta de actuar y lograr sus objetivos fue relacionada por los primeros grupos de pandilleros juveniles con esas hormigas; y el apócope del término fue adoptado para denominar a sus grupos: la "Mara"; el cual llegó también a El Salvador y de ahí fue exportado a Los Angeles. En Guatemala, en la actualidad, es común que los jóvenes (y no tan jóvenes) se refieran coloquialmente a su grupo de pertenencia como "la mara", aunque no sean pandilleros.””
Fue así entonces que en las primeras ‘maras’ salvadoreñas –fundadas en EEUU- se juntaron no sólo jóvenes latinos que vivían en las barriadas de Los Ángeles, sino también ex-guerrilleros y soldados desmovilizados, muy decepcionados con respecto a las esperanzas que tenían de obtener una vida mejor y un reconocimiento social luego del término de la guerra civil en El Salvador.
A estas ‘maras’ se suman luego algunos jóvenes que durante esa guerra civil emigraron con sus familias a los Estados Unidos o, como en muchos casos, quienes se suman a las pandillas son otros latinos que nacieron en California.
Las biografías y experiencias de estos muchachos añaden a la mayoría de las ‘maras’ salvadoreñas corrientes especialmente violentas.
Las ‘maras’ fundadas en Estados Unidos se caracterizan por ser rigurosamente organizadas. También, por actuar con armas de fuego. Las dos más conocidas son las ya mencionadas Mara Salvatrucha (MS) y la Mara Dieciocho (M18). Sus miembros más activos y sus dirigentes pertenecían a gangs del mismo nombre en Los Ángeles, agrupando única y exclusivamente a jóvenes latinos.
En El Salvador, ellas aglutinan hoy a miles de miembros y su campo de acción no está limitado a determinados barrios, pues se extiende a lo largo y ancho de las ciudades principales, incluyendo, por cierto, a la capital.
Hacia mediados de los años 80 el carácter de los grupos juveniles comienza a cambiar, pues, más rápido que lento, junto a los "grupos de esquina" y a los grupos de "niños de la calle" surgen y se extienden las pandillas. Comparativamente, tienen ya nuevas formas de organización y realizan acciones extremadamente violentas. Adquieren pronto un considerable significado y prestigio entre los jóvenes de sus barrios y algunas pandillas o maras llegan a tener 100 ‘soldados’ o más. La violencia es no sólo su carta de presentación, sino también su forma de ‘gobierno’.
Es así que la defensa de los territorios, delimitados por los mismos jóvenes -algunas cuadras o todo el barrio- se convierte en uno de los elementos centrales para entender sus acciones.
Mientras los antiguos grupos de la calle tendían a evitar llamar la atención, las actuales pandillas irrumpen en el vecindario, negocios, plazas y escuelas de manera provocativa, veleidosa y violenta.
En Guatemala y más tarde en El Salvador y Honduras, esos grupos toman el nombre de maras. En Costa Rica se llaman chapulines.
Están subdivididas en grupos o ‘clikas’ locales, que actúan y avanzan independientemente con liderazgos propios. Mantienen relaciones con ‘maras’ de Guatemala y Honduras, procurando expandir la experiencia y organización hacia el sur del continente, a Colombia, Perú y Brasil.
Lo grave radica en que todas estas agrupaciones dejaron de ser organizaciones de pandillas juveniles que cometían ilícitos menores, pues ahora se han convertido en la columna vertebral del fenómeno delincuencial de algunos países centroamericanos.
Se trata entonces de un fenómeno social múltiple, que abarca desde pequeños grupos de "esquineros" hasta organizaciones perfectamente estructuradas que llegan a tener carácter internacional, armamento variado y una decisión incontrarrestable para usarlo contra quienes se crucen en sus caminos.
Por cierto, hay diferencias entre las pandillas de cada país; las pandillas nacionales se van transformando con el paso del tiempo, llegando a constituir verdaderas ‘sociedades del crimen’, tanto o más peligrosas que las bandas de narcotraficantes.
A esta “evolución” ha contribuido la ausencia de políticas gubernamentales de prevención e incorporación de la juventud a la sociedad, y también ha jugado un rol de primera magnitud el modelo socio económico implementado en El Salvador, Honduras y Guatemala desde principios de los años noventa.
Ha sido, pues, el actual modelo económico quien, en su perfil político, equivocó plenamente el camino, al aplicar, casi sin discriminación ni programas sociales alternativos, una mano dura clasista rayana en la brutalidad… soslayando –negativamente, como ha quedado demostrado por los hechos fríos- que esa ‘brutalidad’ es el mejor nutriente, el más puro oxígeno, mediante el cual se alimentan las ‘maras’ y las pandillas juveniles, ya que el rito y la violencia son parte intrínseca de la constitución organizacional de ambas, habida consideración de que sus miembros han crecido, se han formado y viven rutinariamente en un ambiente hostil en extremo.
Basta recordar que para integrar una ‘mara’ los jóvenes (varones) tienen que sufrir una paliza de varios minutos propinada por cinco o más componentes antiguos, mientras que las mujeres obtienen la membresía luego de soportar una violación colectiva o, en el mejor de los casos (¿?), tener relaciones sexuales con uno de los jefes.
En cuanto al rito, el tatuaje es otro elemento fundamental de la ‘mara’. Tatuarse significa adquirir peso e importancia en el seno del clan y sobre todo demostrar sentido de pertenencia al mismo, quitándole la vida a cualquier enemigo o adversario que los líderes del clan consideren necesario eliminar físicamente.
Los delitos que los mareros cometen van desde robos simples hasta operaciones complejas con características de comandos paramilitares, crímenes por encargo, el paso por la frontera de ilegales y disputas de territorios por el control y el manejo de drogas.
También resultan ser utilizados, sobre todo los más jóvenes, por los carteles de la droga. Son la carne de cañón de los barones del narcotráfico:: a sueldo, aprovisionados de dinero, armas pesadas y drogas para consumo propio, son pagados (y muy bien pagados y protegidos) para introducir el comercio y vigilar la zona. Sus filas están formadas en su mayoría por jóvenes pobres y sin educación, lo que los deja en una situación de exclusión social sin inserción en el sistema. Los más arrojados suelen ser los miembros más jóvenes, de apenas 12 o 13 años de edad, quienes desean ganar status en la ‘mara’, y obtener tempranamente un lugar en la cúpula del liderazgo.
A tal grado y extremo ha llegado la desesperante (y fracasada) actuación de los gobiernos neoliberales centroamericanos en relación al fenómeno de la violencia juvenil y las ‘maras’, que la lectura obligatoria de la Biblia en las escuelas es la última propuesta o proyecto de ley que ha ingresado a la Asamblea Legislativa de El Salvador para hacer frente a la cifra de homicidios que han convertido a ese país centroamericano en el más violento del continente. Con esta medida sus promotores creen que se controlarán las acciones de las pandillas juveniles.
La pieza de correspondencia fue presentada en la Asamblea Legislativa salvadoreña por su principal impulsor, Antonio Almendáriz, coronel de la Fuerza Armada, evangélico y veterano diputado del derechista Partido de Conciliación Nacional (PCN).
“Está hablado con los otros partidos de derecha, y lo que queremos es aprobar el decreto en la sesión plenaria del próximo jueves”, dijo Almendáriz a www.elmundo.es’. Aunque dividida en cuatro partidos, la derecha controla con holgura el Parlamento salvadoreño.
En la pieza, que incluye dos citas bíblicas –Proverbios 22:6 e Isaías 55:11–, se explican las razones que le llevaron a plantear la lectura de la Biblia: El Salvador es una de las sociedades “más violentas del mundo”, y las cifras no han disminuido a pesar de las durísimas medidas anti delincuencia puestas en marcha.
“Es necesario admitir –reza la propuesta– que el incremento del índice delincuencial se debe a la interacción de factores políticos, económicos, sociales y culturales; sin embargo, todo ello podrá superarse si reconocemos que debería existir una formación moral, tomando como base la lectura diaria de la Santa Biblia, con lo cual, muchos de estos inconvenientes podrán solventarse (sic)”.
El decreto consta de tres artículos: el primero señala que la Biblia se deberá leer 10 minutos antes del inicio de las clases en los centros educativos públicos y privados; el segundo dice que el ministro de Educación deberá reunirse con los líderes religiosos para escoger lo que se leerá; y el tercer artículo facultará a los padres a autorizar la no asistencia de sus hijos a las lecturas si así lo consideran pertinente.
“Este último punto es para respetar la libertad de culto que consigna la Constitución”, dijo el diputado.
Curiosamente, la pieza de correspondencia o proyecto de ley llegó a la Asamblea Legislativa el mismo día que los diputados aprobaron una reforma a la Ley Penal Juvenil para elevar de 7 a 15 años la pena de internamiento máxima para los menores infractores. En esta ocasión, la medida también se vendió como una herramienta para combatir a las maras.
Como es posible observar, al menos en algunas naciones centroamericanas, los efectos de las guerras civiles y de la aplicación a fondo del capitalismo salvaje, ha generado severos conflictos sociales que los gobiernos no pueden solucionar.
Las ‘maras’ y la violencia juvenil parece ser uno de los principales flancos deteriorados del neoliberalismo, por cuyos intersticios escapa a raudales la falsa paz y tranquilidad que a través de los medios de información y de las tiendas partidistas de la extrema derecha -y del falso progresismo-, viene prometiendo desde siempre el conservadurismo político-económico, tendencia ideológica a la cual, por cierto, le resulta imposible sostenerse y gobernar sin la existencia de alta cesantía, corrupción, narcotráfico y violencia.
El problema, en este caso, es que las ‘maras’ (o la violencia juvenil) superó largamente la capacidad de manejo del sistema en esas naciones centroamericanas… y al parecer, su ejemplo e influencia se proyectan y derraman hacia las repúblicas de Sudamérica, como ya está comenzando a ocurrir en estos momentos en Colombia y en Perú.
Videos sobre las Maras:
http://www.youtube.com/watch?v=It1lhZuq9rc
http://www.youtube.com/watch?v=k55NrIu2wbk
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