Movimiento estudiantil: Las aulas después de la aplicación de Bolonia...
Pere Duran/ En lucha (Tomado de Kaos en la Red)
La dinámica del movimiento estudiantil es vertiginosa. La historia nos lo recuerda a menudo, y la lucha antibolonia nos lo ha vuelto a demostrar. Después de un año de intensas luchas, huelgas, ocupaciones, manifestaciones, etc., son muchos los que se preguntan: “¿dónde están los estudiantes antibolonia?”. Pues siguen en las facultades, pero la rabia que anteriormente se vertebraba en activismo ahora lo hace en frustración. La frustración de entender, desde primera fila, que los intereses de la política oficial no tienen nada que ver con los intereses de las personas; la frustración de entender que tu voz, tu acción, tu protesta pasará por algún pequeño despacho para caer en el olvido. El movimiento antibolonia no ha conseguido ninguno de sus objetivos explícitos.
En las universidades del área metropolitana de Barcelona, la situación de desorientación y dispersión es generalizada. Aún cuando muchas asambleas empezaron a trabajar y reunirse a principios de curso, quedaron estancadas pronto por premura de nuevos activistas comprometidos y la mayoría del trabajo recayó sobre los activistas de toda la vida –que a menudo también son militantes que deben cargar con las tareas de su organización y de otras campañas externas a la universidad. Otro de los motivos que explican el declive de las asambleas ha sido el no tomarse seriamente la necesidad de reconfigurar nuestro discurso, adaptado a las problemáticas concretas que surgen con los nuevos estudios “a la boloñesa”.
Punto de inflexión
Los ataques a la universidad pública –si bien es cierto que no han cesado desde la introducción del neoliberalismo a finales de los ‘70–, con la introducción del EEES y la crisis económica han traspasado un punto de inflexión. La introducción de los grados tan sólo es la punta de un iceberg neoliberal enorme y muy agresivo que se irá concretando en los próximos años; la Declaració de Montanyà –que propone escoger a los rectores a dedo y convertir al PDI (Personal Docent i Investigador, en catalán) y PAS (Personal d’Administració i Serveis) de funcionarios a simples contratados– y la Estrategia 2015 resumen las intenciones del gobierno español y del tripartit en la dirección mencionada. La democracia interna, la financiación y el acceso público a la universidad están seriamente amenazadas.
Es importante asumir esta perspectiva de futuro para no caer en atajos y poder preparar adecuadamente la resistencia a los ataques que sufrirá en un futuro próximo la universidad pública. Siendo conscientes de que actualmente será muy difícil movilizar a una gran parte del estudiantado, hemos de adecuar nuestro trabajo a una visión de futuro; necesitamos acumular fuerzas para los próximos cursos y no quemar todos los cartuchos este segundo cuatrimestre. Podríamos, pues, destacar como prioridades estratégicas de este curso la necesidad de incorporar a nuevas activistas, adecuar el discurso a la realidad de las facultades y conseguir pequeñas victorias que puedan animar a la gente a considerar las movilizaciones y el activismo como herramientas útiles para transformar la realidad. De hecho, las tres líneas están íntimamente relacionadas y se retroalimentan entre sí.
Otro de los pilares estratégicos que deberemos trabajar es el refuerzo de la coordinación entre asambleas. Este refuerzo permitiría a las asambleas resistir a la frustración que provoca la desmovilización actual, animándose con el contacto con otros activistas, y de cara al futuro poder comenzar nuevo ciclo de movilizaciones sin volver a caer en debates internos que resten fuerzas a la hora de presentar batalla.
En tercer lugar, y no menos importante, es la coordinación con el personal universitario, un sector que se verá muy agravados con las reformas que se aproximan. En Barcelona, obtener la complicidad del PDI no sólo otorgaría una legitimidad y una extensión de nuestro discurso muy grande, sino que nos permitiría golpear con mucha más contundencia los planes del tripartit, de los rectorados y de los consejos sociales. Las reivindicaciones seguramente no serán tan políticas como las de las asambleas y colectivos políticos, sino más bien económicas (no reducción de plantillas, cumplimiento estricto de convenios y contratos, subvención del transporte público para estudiantes, etc.). Pero serán un trabajo paralelo al del movimiento estudiantil, que lo retroalimentará y dará una mayor solidez y seriedad, tanto en la imagen pública como en la capacidad de aportar soluciones a sectores más amplios y diversos de la población universitaria (trabajadores subcontratados, profesores precarios, funcionariado, estudiantes, etc.).
Defender la universidad pública es la mejor contribución que podemos hacer los estudiantes para que la crisis no la paguen los de siempre.
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