Escuela y poder: una reflexión crítica a partir de Michel Foucault
Luis Roca Jusmet El viejo topo
En un ejemplar del diario “El País” aparecido en septiembre de 2009 Mario Vargas Llosa plantea que la causa de la degradación de la enseñanza pública en países como Francia está en el Mayo del 68 y más particularmente en la influencia de las ideas de Michel Foucault. El planteamiento no es nuevo, ni la pseudo argumentación tampoco. Pero más que entrar en el tema de Mayo del 68 quiero centrarme en lo que plantea Michel Foucault sobre la escuela (en relación a su análisis del poder) y lo haré partiendo de la crítica de Vargas Llosa. Y no sólo por lo apasionante del tema de la enseñanza pública, tan actual en nuestro país, sino también para resituar a Michel Foucault y a sus ideas respecto al tema de la educación y, algo más ampliamente, del poder.
Vayamos por partes. Intentaré resumir las ideas que expone Vargas Llosa en el artículo, que escribe después de contemplar en un documental el terrorífico escenario de la enseñanza pública en Francia, justo después de leer un libro (no dice cual) de Michel Foucault; éste plantea las perversas ideas que han tenido como efecto esta degradación actual de la escuela pública en Francia y otros países. La ideas que expresa son las siguientes:
1) Para Michel Foucault la institución escolar es una estructura de poder para reprimir y domesticar el cuerpo social a fin de introducir sutiles mecanismos para mantener los privilegios y los grupos dominantes en el poder. La liberación de los instintos libertarios pasa por hacer pedazos cualquier forma de autoridad, especialmente la del docente.
2) Mayo del 68 fue un divertido carnaval de niños bien ( No entro aquí en la crítica de este tópico porque me parece que ya ha sido suficientemente cuestionado y criticado pero ya pone de manifiesto que lo que quiere Vargas Llosa no es argumentar sino contentar a la galería que esperan escuchar cosas de este estilo.
3) La autoridad no es el poder sino “el prestigio y crédito que reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia,” Pero en la cultura, y sobre todo en la educación, ya no queda autoridad, se lamenta Vargas Llosa.
4) Muchos maestros, continua, se lo creyeron, y así cavaron su propia fosa. Entonces suspender a un alumno, hacerlos repetir o simplemente poner notas se considera una transmisión de la ideología jerárquica, individualista, egoísta, clasista y racista (sic).
5) La consecuencia de todo ello, concluye Vargas Llosa, es reforzar la división de clases. Porque en Francia había, antes del Mayo del 68, una igualdad de oportunidades que permitía promocionar socialmente, dice, a cualquiera que se lo mereciera, fuera cual fuera la clase social de origen. La enseñanza privada y las clases altas son entonces la que han salido ganando, y las clases populares las perdedoras; éste sería el colofón de la argumentación.
6) Respecto a Michel Foucault, afirma con ironía Vargas Llosa, podemos decir que fue el que consiguió gracias a su influencia que los pobres sigan siendo pobres y los ricos sigan siendo ricos. Triste y paradójico destino para un filósofo libertario, concluye.
El artículo pone de manifiesto el eco y la promoción que pueden tener artículos tan demagógicos por la pluma de quién los escribe y la búsqueda de argumentaciones interesadas. Entrar a rebatirlo se merecería un largo escrito que no voy ha hacer, ya que lo que me interesa es entrar en el tema de Foucault y su relación con el tema del que nos habla Vargas Llosa, la institución escolar. Pero tampoco me privaré de algunos comentarios rápidos para desmontar lo tramposo y superficial del discurso.
Para empezar “la autoridad” en el sentido del que nos habla es, evidentemente, lo que todos los profesores quisiéramos tener pero mucho me temo que tanto hoy como ayer es algo muy difícil de conseguir. Más bien lo que reclaman Vargas Llosa y muchos otros de su cuerda es el puro y simple autoritarismo, es decir el poder basado en el miedo, que es lo que predominó en otros tiempos. Esta sinceridad es lo que se echa a faltar en este tipo de discursos y hay que decirlo claro para saber a que atenerse. Por otra parte mezcla este tema con otro diferente que es el de las notas, suspensos y repeticiones de curso. El tema de las avaluaciones de los alumnos es suficientemente complejo como para liquidarlo en términos simples. Y los problemas actuales de la enseñanza secundaria afectan igual a la enseñanza pública que a la privada, que mucho que estos la maquillen.
Mención aparte es la apología del antiguo sistema escolar francés, que presenta como el paraíso de la igualdad de oportunidades. Libros como El fin de la escuela ( Michel Éliard), muy crítico por cierto con las últimas reformas aparentemente progresistas, ya nos plantean una reflexión seria y polémica que desmontar tópicos como el que defiende Vargas Llosa,. Como plantea lúcidamente el autor la igualdad de oportunidades es imposible en el capitalismo y lo que hay que defender como una conquista de los trabajadores es la igualdad de derechos de los jóvenes a la educación. Sociólogos como Daniel Cohen nos ha mostrado también la contradicción entre el modelo universalista republicano y la existencia de escuelas para la formación de élites procedentes de las clases dominantes, secular en Francia Esto sin entrar, por supuesto, en la cínica afirmación de que es la práctica basada en las ideas de Mayo del 68 y de Foucault las que han aumentado en países como Francia las desigualdades sociales. Pero de lo que no quiere hablar Vargas Llosa es de la causa real, que es la lógica capitalista. Es un liberal que con todos sus privilegios se encuentra muy cómodo en el sistema. Y le interesa, para cumplir su función ideológica, tirar pelotas fuera.
Pero debo reconocer que el artículo me plantea un punto que para mí si es problemático, que es el papel que ha jugado Michel Foucault y sus ideas sobre el poder y la sociedad disciplinaria en la actual crisis del sistema escolar. De entrada hay que decir, que en contra de la etiqueta que le pone Vargas Llosa, Michel Foucault no es un autor libertario sino un intelectual de izquierdas inclasificable. En contra de lo que plantean algunos, que consideran a Foucault como un impostor sin coherencia política, yo creo que la trayectoria teórica y práctica de Foucault lo sitúan dentro de la tradición de izquierdas, al mismo nivel que gente de su generación como Castoriadis, Althusser o Manuel Sacristán con todas sus diferencias. Foucault tuvo errores políticos (como su defensa de la revolución en Irán o de los maoístas en Francia) y tenía sus rarezas personales pero mantuvo un compromiso personal con la defensa de la emancipación de los oprimidos que me parece innegable. Por ello pienso que desde la tradición de izquierdas nos hemos de referirse a su persona y a su pensamiento de forma crítica pero respetuosa.
No voy a hacer aquí un análisis exhaustivo del tema pero sí comparar dos escritos suyos. El primero es una conversación que Michel Foucault mantiene con unos estudiantes franceses de educación secundaria el año 1971 (aparecido en español en la edición de Julia Valera y Fernando Alvarez.Uría titulada “Microfísica del poder”). El segundo son unas entrevistas a Foucault realizadas una década más tarde, poco tiempo antes de morir, recogida por Gregorio Kaminsky en su selección de textos El yo minimalista y otras conversaciones.
En la entrevista a los estudiantes éstos y Foucault critican efectivamente la represión en los institutos como un mecanismo disciplinario básico de la sociedad capitalista. El tono es algo excesivo, propio de la época, pero lo que se refleja claramente es que éstos serían los mejores alumnos para un profesor crítico, ya que son reivindicativos al mismo tiempo que inquietos y críticos. No son el tipo de jóvenes nihilistas, hedonistas y consumistas con los que tenemos la batalla perdida (o casi) en las aulas. Son jóvenes que denuncian la represión que se ejerce sobre ellos por su posición crítica respecto al funcionamiento del sistema escolar. ¿Que critican? la transmisión de un saber dirigido hacia el conformismo social, que habla del pasado pero que no dice nada sobre el presente.
Hay que señalar aquí el extraordinario papel que ha tenido Foucault en dar la voz a los excluidos: no sólo los locos y los presos sino también a estos jóvenes de la enseñanza secundaria. Como es habitual en él les da la palabra, se dirige a ellos directamente y no a los que dicen representarlos. ¿Pero que defiende Foucault al hablar con ellos? Quizás Foucault cae en uno de sus defectos que es que queda claro lo que critica pero no lo que defiende. Lo que afirma es que hay que cambiar a la vez la conciencia pero no dice gran cosa, más allá de que hay que contraponer experiencias alternativas a las utopías. En todo caso sí que hay de fondo la terrible ilusión de la Revolución Cultural China, que Foucault, cuya fascinación le enganchó en forma de referencia idealizada, cuando hoy sabemos que fue una manipulación utilizada por Mao Tse Tung en su lucha por el poder y que llevó a una violencia arbitraria y sistemática contra amplios sectores de la población.
El fondo teórico que hay aquí es por supuesto, el mensaje que cristalizó en 1975 con la publicación “Vigilar y castigar”: la denuncia de una sociedad disciplinaria, aunque más tarde dirá que se refería a la formación de un dispositivo generado en el siglo XVI y no totalmente a la sociedad actual. Pero creo que esta denuncia llevó a Foucault a un callejón sin salida, como en parte reconocerá más tarde. En todo caso era lo suficientemente lúcido para no caer en la ingenuidad de defender una sociedad sin relaciones de poder, que por otra parte cada vez aparecían como la trama de las relaciones de poder. Creo que Foucault tuvo la honestidad ética de no caer en posiciones como la de Agustín García Calvo, que para mí son la esencia del “alma bella” hegeliana: denunciar el Poder para instalarse en la comodidad de la denuncia.
La entrevista la realizan Raúl Fornet-Betacourt, Helmunt Becker y Alfredo Gómez-Muller en el Boston College el 20 de enero de 1984, unos meses antes de su muerte, en octubre del mismo año. Foucault se justifica diciendo que respecto al tema del análisis del poder ha sido malinterpretado y él es en parte responsable de este malentendido porque no se expresó ambiguamente, ya que él mismo no tenía las ideas claras sobre el tema como las tiene en este momento.
Resumiré las afirmaciones más interesantes de Foucault:
El poder es siempre una relación, que consiste en dirigir la conducta del otro en una dirección determinada. El poder no es malo porque es parte de las relaciones humanas. El poder es un conjunto de juegos estratégicos que cuando son abiertos y reversibles no tienen unos efectos de dominio sobre el otro. En la sexualidad existen estos juegos y forman parte de la pasión que la define. También en la institución escolar, y aquí nos interesa más. Las relaciones de poder entre los profesores y los alumnos es necesaria pero es negativa cuando se transforma en autoritarismo, es decir, en una autoridad arbitraria del profesor sobre el alumno. Las técnicas de gobierno, al nivel que sean, implican una relación de poder que cuando son abusivas y niegan los derechos y las libertades de aquellos sobre los que se ejerce. Hay que diferenciar por tanto en el análisis del poder tres campos diferentes: las relaciones estratégicas, las técnicas de gobierno y los estados de dominación. Las dos primeras son inevitables pero hay que evitar que cristalicen en el tercero. Podemos pensar a partir de aquí tres cosas sobre estas afirmaciones de Foucault:
Que finalmente acaba justificando lo que en principio criticó: las relaciones de poder. Que plantea un juego retórico de palabras que no conduce a ningún sitio. Que abre unas vías de investigación ético-políticas que hay que continuar trabajando desde la izquierda. Personalmente pienso que la opción correcta es la última y que hay abierto un camino de investigación sobre las bases teóricas de uno de los pensadores de la izquierda más interesantes de la segunda mitad del siglo XX. Los planteamientos abiertos por Foucault quizás nos permitan aclarar cuestiones sobre como compaginar el liderazgo y la autogestión (como plantea Castoriadis) o la democracia y el gobierno.
Considero también que el trabajo sobre la ética de la existencia que realiza a partir de los clásicos al final de su vida no tiene nada de nostálgico ni de esteticista, sino que por el contrario plantea una reflexión ética necesaria y compatible con un planteamiento político de izquierdas.
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