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lunes, 30 de mayo de 2011

Voces críticas y el laberinto del socialismo burocrático

Javier Biardeau R Aporrea

Los estudios sobre las transiciones o edificaciones socialistas en Nuestra América muestran la necesidad de des-dogmatizar y descolonizar los debates y programas de investigación-acción para apalancar los procesos de transformación social. Tanto la des-dogmatización como la descolonización son precondiciones necesarias para superar algunos de los errores más significativos del socialismo real.

Luego del “gran ensayo” de 1968 a escala mundial, de las revoluciones contra-culturales, descolonizadoras y anti-sistémicas de 1968, resulta un error seguir orientándose por los esquemas ideológicos de los monolitos grávidos de la “socialdemocracia reformista” o del marxismo de aparato: el “marxismo soviético”.

Desde los paradigmas de base de la “vieja izquierda” se reproducen los bloqueos, los estancamientos, los callejones sin salida de las experiencias historias de los Socialismos Burocráticos.

Por más voluntarismo político y decisiones desde arriba, la inquietud por los deficientes resultados de las acciones desde aquellos “gobiernos progresistas” que pretenden construir nuevas figuras de “Socialismo para el siglo XXI”, sigue planteando la pregunta de si lo que fallan son los diseños mismos: los “modelos de socialismo” que se tienen en mente cuando se actúa en las tareas de su edificación.

Para salir de estos bloqueos (que son a la vez epistemológicos, éticos, estéticos y políticos), hay que insistir en la crítica al dogmatismo y en la necesidad de descolonizar las tradiciones del pensamiento radical, insurgente, revolucionario que se han diseminado y construido desde Nuestra América.

Y descolonizar estas tradiciones (descentrando al “marxismo euro-céntrico” como única voz revolucionaria) no es una tarea fácil, cuando los actores presumen de convicciones y prejuicios firmemente instalados, como esquemas de mentalización: guiones, narrativas, argumentos y representaciones.

El “espíritu crítico” y el “auto-movimiento del concepto” (que en la filosofía alemana que inspiró a Marx, era fundamentalmente crítico-radical, dinámico, cargado de negatividad y lucha), se ha convertido en piedra; en fin, la famosa dialéctica se ha cosificado, se ha petrificado, ha sido declarada muerta en la práctica.

Como ha dicho Einstein: es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Por otra parte, los aportes del pensamiento complejo de Edgar Morin han hecho énfasis en la dificultad de pensar el propio pensamiento (auto-eco-reflexión crítica), en la dificultad de distanciarse de las premisas de nuestro pensar y de nuestro actuar, en examinar nuestros prejuicios y los estereotipos que dominan nuestro imaginario social.

A esto se agrega, la dificultad de pensar críticamente la relación entre pensamiento heterónomo y autonomía, entre espacios de sujeción y espacios de libertad, pues es clave para la construcción del nuevo socialismo en el siglo XXI, no la construcción de masas “fanatizadas” por practicas políticas ancladas en el “consignismo”, el pragmatismo y los estereotipos (fascismo social) que reducen la capacidad moral e intelectual del movimiento autónomo del pueblo trabajador en sus tareas de liberación social; es decir, la potencia política de las multitudes populares, reconociendo sus singularidades críticas, o como se dice corrientemente, “pueblo organizado y consciente” donde exista tanto autonomía individual como colectiva. Pues el Socialismo participativo y radicalmente democrático no puede confundirse ni con populismo ni con el fascismo.

La conclusión es que si las representaciones, conceptos y categorías que manejamos en el discurso sobre la construcción socialista, forman parte de un inconsciente social y político que no se cuestiona ni se debate, sencillamente se aborta la potencialidad del pensamiento crítico y transformador.

Más que pensar, somos pensados por hábitos y guiones, por el trabajo intelectual de otras generaciones y bajo otras condiciones, pensados por el automatismo psíquico, por habituaciones, por viejos paradigmas de base articulados a una defensa reactiva del Socialismo Burocrático.

Aquí conviene recordar a Marx cuando señaló (18 Brumario de Luis Bonaparte-1852):

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República romana y del Imperio romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal.”

Esta extraordinaria cita puede leerse complementariamente con un planteamiento muchas veces olvidado de la crítica al programa de Gotha (1875):

“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.”

Y agrega Marx además: “Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento.”

La transición-edificación del socialismo para el siglo XXI debe prestarle mucha atención a las huellas y al sello troquelado de la vieja sociedad.

En nuestro caso, las huellas coloniales y capitalistas dependientes son esenciales para comprender las condiciones específicas de la transición-construcción de nuestro socialismo, repetimos un nuevo socialismo (NI calco ni copia, como decía Mariategui), no la repetición de los guiones del viejo socialismo burocrático.

Esta ultima seria la tercera huella, que es mucho menos visible y permanece ausente: la crítica radical a las experiencias históricas del Socialismo Real.

Se trata entonces de tres luchas complementarias, y no una sola anticapitalista basada en el marxismo-dogma: lucha contra la huella colonial (descolonización), lucha contra la huella del capitalismo dependiente latinoamericano (post-capitalismo), lucha contra la huella del socialismo burocrático y el marxismo-dogma euro-céntrico (critica del estalinismo oculto en nuestras prácticas y discursos de socialismo del siglo XXI).

El mapa, la cartografía o el plano del “marxismo ortodoxo”, hemos insistido, no permite edificar el “buen vivir” (suma qamaña en aymara, sumaq kawsay en quechua) ni la plena existencia humana (Marx en sus manuscritos económico-filosóficos), pues muchas de sus premisas siguen ancladas en el desarrollismo, el estatismo autoritario, la confusión permanente entre capitalismo de estado y gestión socialista, la subordinación de los movimientos sociales y populares al espectro del “partido-único”, la utilización de las “organizaciones de base o de masas” como correajes de las decisiones no consultadas de la burocracia del Estado, la invisibilización de la prioridad de la cuestión ecológica, la reproducción del eurocentrismo, el racismo oculto y la negación cultural, la presencia de un “comisariato político” que en nada ayuda a los procesos de movilización crítica y autónoma de los movimientos sociales y populares, el escaso reconocimiento de la diversidad de corrientes, tendencias y voces críticas en el seno del campo nacional, popular y revolucionario.

Hemos planteado, entonces, que la posibilidad del nuevo socialismo para el siglo XXI pasa al menos por cuatro revoluciones que son interdependientes y transversales: la revolución democrática (democracia instituyente, deliberativa y participativa, cuestionando de las múltiples opresiones: explotación del trabajo, coerción política, hegemonía ideológica, exclusión social, negación cultural y discriminaciones múltiples), la revolución socialista (la autogestión económica, las socializaciones junto a la planificación social y democrática), la revolución ecológica (el eco-socialismo más que el socialismo desarrollista, industrialista, productivista y consumista) y la revolución descolonizadora (la critica radical del euro-centrismo, del colonialismo y la colonialidad en la reinvención de la emancipación).

Pues de esto se trata, de reinventar la emancipación social y los paradigmas post-capitalistas en el siglo XXI.

jbiardeau@gmail.com

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miércoles, 26 de enero de 2011

Gramsci, a 120 años de su nacimiento


Atilio Boron

El día de ayer, 22 de enero, se cumplieron 120 años del nacimiento de Antonio Gramsci, uno de los principales teóricos marxistas del siglo veinte y fundador del Partido Comunista Italiano. Sus contribuciones en el terreno de la teoría política, la sociología y el análisis de la cultura son al día de hoy de una extraordinaria relevancia. Su integridad personal y su inclaudicable militancia lo llevó a soportar once años en las cárceles del fascismo italiano, donde escribió sus célebres Cuadernos de la Cárcel, una cantera inagotable de sabiduría política. Gramsci sobrellevó ejemplarmente las penurias de esa situación, que le costaría la vida porque moriría a los pocos días de ser liberado de la prisión, el 27 de Abril de 1937. Hubiera bastado una simple carta dirigida al dictador Benito Mussolini solicitando un pedido de clemencia y declarando su intención de exiliarse en Francia para que el déspota hubiera dispuesto de inmediato su libertad. Es que Mussolini y Gramsci se conocieron de jóvenes y, por un corto tiempo, militaron en la facción más radical del socialismo italiano que se oponía a la entrada de Italia a la Primera Guerra Mundial. De ahí su mutuo conocimiento. Pero Gramsci, dando un ejemplo que -hay que reconocerlo, fue emulado por muchos en las más distintas latitudes- no transigió y prefirió morir lentamente en la cárcel antes que traicionar a sus ideas y a sus camaradas.

El tenebroso fiscal que tuvo a su cargo la farsa jurídica que condenó a Gramsci a la cárcel había pronunciado unas palabras memorables, conciente de la potencia intelectual y política de su víctima: "¡Hay que lograr que ese cerebro deje de funcionar!". Fue por eso condenado a veinte años, cuatro meses y cinco días de prisión, y lo mataron de a poco en las mazmorras del fascismo. Pero ese cerebro jamás dejó de funcionar, y nos dejó una herencia maravillosa que primero fue rigurosamente ocultada y luego distorsionada, queriendo convertir a Gramsci en un inofensivo ícono socialdemócrata. En los últimos tiempos, el debate sobre el legado genuino de este gran intelectual italiano está posibilitando dejar atrás las deformaciones con que sus diversos intérpretes manosearon su pensamiento.

A modo de pequeño homenaje en este 120º aniversario de su nacimiento reproducimos a continuación algunos párrafos extraídos de el penúltimo texto completo escrito en libertad por Gramsci, en donde realiza un magistral análisis de la estructura social italiana que bien podría servir de inspiración para el estudio de algunos aspectos de la realidad social de la América Latina contemporánea.


ANTONIO GRAMSCI

"LA SITUACION ITALIANA Y LAS TAREAS DEL PCI"
(TESIS DE LYON)


Análisis de la estructura social italiana


4. El capitalismo es el elemento predominante en la sociedad italiana y la fuerza que prevalece en la determinación de su desarrollo. De este dato fundamental se desprende la consecuencia de que no existe en Italia la posibilidad de una revolución que no sea la revolución socialista. En los países capitalistas, la única clase que puede realizar una transformación social real y ...(clic abajo para continuar) profunda es la clase obrera. Sólo la clase obrera es capaz de poner en práctica los cambios de carácter económico y político que son necesarios para que las energías de nuestro país encuentren completa libertad y posibilidades de desarrollo. La manera en que cumplirá esta función revolucionaria está en relación con el grado de desarrollo del capitalismo en Italia y con la estructura social correspondiente.

5. El industrialismo, que constituye la parte esencial del capitalismo, es muy débil en Italia. Sus posibilidades de desarrollo están limitadas por la situación geográfica y la falta de materias primas. Por eso no llega a absorber a la mayoría de la población italiana (4 millones de obreros industriales contra 3 millones y medio de obreros agrícolas y 4 millones de campesinos). Al industrialismo se opone una agricultura que se presenta como la base natural de la economía del país. Las variadísimas condiciones del suelo y las consiguientes diferencias de cultivos y sistemas de arrendamiento, provocan sin embargo una fuerte diferenciación de las capas rurales, con un predominio de los estratos pobres, más próximos a las condiciones del proletariado y más susceptibles de sufrir su influencia y de aceptar su conducción. Entre las clases industriales y agrarias se interpone una pequeña burguesía urbana bastante extensa, cuya importancia es considerable. Está compuesta predominantemente de artesanos, profesionales y empleados del estado.

6. La debilidad intrínseca del capitalismo obliga a la clase industrial a apelar a distintos recursos para asegurarse el control de toda la economía del país. Esos recursos consisten, en definitiva, en un sistema de compromisos comerciales entre una parte de los industriales y una parte de las clases agrícolas, más precisamente los grandes terratenientes. Es decir, no existe la tradicional lucha económica entre industriales y agrarios, ni la rotación de grupos dirigentes que ella determina en otros países. Por lo demás, los industriales no tienen necesidad de sostener, contra los agrarios, una política económica que asegure una afluencia continua de mano de obra del campo a las fábricas, porque esta afluencia está garantizada por la superabundancia de población agrícola pobre, que es característica de Italia. El acuerdo industrial-agrario se basa en una solidaridad de intereses entre algunos grupos privilegiados, en desmedro de los intereses generales de la producción y de la mayoría de los trabajadores. Ese acuerdo determina una acumulación de riqueza en manos de los grandes industriales, que es la consecuencia de una expoliación sistemática de categorías enteras de la población y de regiones enteras del país. Los resultados de esta política económica son de hecho el déficit del balance económico, el estancamiento del desarrollo económico de regiones enteras (el Mezzogiorno, las islas), la traba al surgimiento y desarrollo de una economía más adaptada a la estructura del país y a sus recursos, la miseria creciente de la población trabajadora, la existencia de una corriente migratoria permanente y el consiguiente empobrecimiento demográfico.

7. Así como no controla, por su naturaleza, toda la economía, la clase industrial tampoco logra organizar por sí sola la sociedad global y el estado. Sólo le resulta posible construir un estado nacional cuando puede explotar factores de política internacional (el llamado Risorgimento). Para reforzar el estado y para defenderlo, necesita establecer compromisos con las clases sobre las que la industria ejerce una hegemonía limitada, particularmente los agrarios y la pequeña burguesía. Esa situación origina una heterogeneidad y una debilidad de toda la estructura social, así como del estado, que es su expresión.

7 bis. Encontramos un reflejo típico de la debilidad de la estructura social en el ejército, antes de la guerra. Un círculo restringido de oficiales, carentes del prestigio de los jefes (viejas clases dirigentes agrarias, nuevas clases industriales) tiene a sus órdenes a una casta de oficiales subalternos burocratizada (pequeña burguesía), incapaz de servir de nexo con la masa de soldados, indisciplinada y abandonada a sí misma. En la guerra todo el ejército debió reorganizarse desde abajo, después de una eliminación de los grados superiores y de una transformación de la estructura organizativa que corresponde al surgimiento de una nueva categoría de oficiales subalternos. Este fenómeno prefigura la transformación análoga que realizará el fascismo, en una escala más amplia, respecto al estado.

8. Las relaciones entre la industria y la agricultura, que son esenciales para la vida económica de un país y para la determinación de las superestructuras políticas, tienen en Italia una base territorial. En el norte se conglomeran, en algunos grandes centros, la producción y la población agraria. En consecuencia, todos los conflictos inherentes a la estructura social del país contienen un elemento que concierne al estado y amenaza su unidad. Los grupos dirigentes burgueses y agrarios buscan la solución del problema a través de un compromiso. Ninguno de estos grupos posee, por su naturaleza, un carácter unitario y una función unitaria. Por otra parte, el carácter del compromiso con el que se preserva la unidad hace aún más grave la situación y coloca a las poblaciones trabajadoras del Mezzogiorno en una posición análoga a la de las poblaciones coloniales. La gran industria del norte desempeña, respecto a ellas, la función de las metrópolis capitalistas; en cambio, los grandes terratenientes y la propia burguesía media meridional están en la situación de las categorías que en las colonias se alían a la metrópoli para mantener sometida a la masa del pueblo trabajador. La explotación económica y la opresión política se unen, pues, para hacer de la población trabajadora del Mezzogiorno una fuerza constantemente movilizada contra el estado

9. El proletariado tiene en Italia una importancia superior a la que posee en otros países europeos, incluso en los de un capitalismo más avanzado, y es sólo comparable a la que tenía en Rusia antes de la revolución. Esto se debe sobre todo al hecho de que, en virtud de la escasez de materias primas, la industria se apoya preferentemente en la mano de obra (trabajadores especializados) y en segundo lugar a la heterogeneidad y los conflictos de intereses que debilitan a la clase dirigente. Frente a esta heterogeneidad, el proletariado se presenta como el único elemento que, por su propia naturaleza, tiene una función unificadora y coordinadora de toda la sociedad. Su programa de clase es el único programa "unitario", es decir, el único cuya realización no conduce al ahondamiento de los conflictos entre los diversos elementos de la economía y de la sociedad y no entraña una amenaza para la unidad del estado. Junto al proletariado industrial existe, además, una gran masa de proletarios agrícolas, concentrada sobre todo en el valle del Po, muy propensa a recibir la influencia de los obreros de la industria, y por tanto, fácilmente movilizable en la hucha contra el capitalismo y el estado.

El caso de Italia constituye una confirmación de la tesis de que las condiciones más favorables para la revolución proletaria no se encuentran necesariamente siempre en los países donde el capitalismo y el industrialismo han llegado a su más alto grado de desarrollo, sino que pueden existir en cambio allí donde el tejido del sistema capitalista ofrece menor resistencia, por sus debilidades estructurales, al embate de la clase revolucionaria y de sus aliados.

La política de la burguesía italiana

10. El objetivo que se propusieron alcanzar las clases dirigentes italianas, desde los orígenes del estado unitario en adelante, fue el de mantener sometidas a las grandes masas de la población trabajadora, impidiendo que, al organizarse en torno al proletariado industrial y agrícola, se convirtieran en una fuerza revolucionaria capaz de realizar una completa trasformación social y política que haga nacer un estado proletario. Pero la debilidad intrínseca del capitalismo las obligó a basar el ordenamiento de la economía y del estado burgués en una unidad obtenida por vía de compromisos entre grupos no homogéneos. En una amplia perspectiva histórica, este sistema se demostró inadecuado al fin que perseguía. Toda forma de compromiso entre los diversos grupos dirigentes de la sociedad italiana se resolvió en realidad en un obstáculo puesto al desarrollo de una u otra parte de la economía del país. Esa situación da lugar a nuevos conflictos y nuevas reacciones de la mayoría de la población, que obligan a acentuar la presión sobre las masas impulsando a éstas cada vez con mayor decisión a la movilización y a la rebelión contra el estado.

11. El primer período de vida del estado italiano (1870-1890) es el de su mayor debilidad. Las dos partes que integran la clase dirigente, los intelectuales burgueses y los capitalistas, están unidos en un propósito de mantener la unidad, pero divididos en cuanto a la forma que se debe dar al estado unitario. Falta entre ellos una homogeneidad positiva. Los problemas que el estado se plantea son limitados y se refieren más a la forma que a la esencia del dominio político de la burguesía; entre ellos predomina el del equilibrio presupuestario, que es un problema de pura conservación. La conciencia de la necesidad de ampliar la base de las clases que dirigen el estado sólo llega con los inicios del "transformismo". La mayor debilidad del estado está dada en este período por el hecho de que, fuera de él, el Vaticano reúne a su alrededor a un bloque reaccionario y antiestatal constituido por los agrarios y por la gran masa de campesinos atrasados, controlados y dirigidos por ricos propietarios y por clérigos. El programa del Vaticano consta de dos partes: por un lado se propone luchar contra el estado burgués unitario y "liberal" y al mismo tiempo, está dispuesto a constituir, con los campesinos, un ejército de reserva contra el avance del proletariado socialista suscitado por el desarrollo de la industria. El estado reacciona al sabotaje del que es víctima por parte del Vaticano, e instaura toda una legislación de contenido y de objetivos anticlericales.

12. En el periodo que transcurre entre 1890 y 1900, la burguesía se plantea resueltamente el problema de organizar su propia dictadura, y lo resuelve con una serie de medidas de carácter político y económico que determinarán en lo sucesivo la historia italiana.

Ante todo, se resuelve la contradicción entre la burguesía intelectual y los industriales: un signo de ello es la llegada al poder de Crispi. La burguesía así consolidada resuelve la cuestión de sus relaciones con el exterior (Triple alianza) y se siente bastante fuerte corno para intentar intervenir en el campo de la competencia internacional, con el fin de conquistar mercados coloniales. En el terreno interno, la dictadura burguesa se establece políticamente restringiendo el derecho del voto, lo que reduce el cuerpo electoral a poco más de un millón de electores sobre 30 millones de habitantes. En el campo económico, la introducción del proteccionismo industrial-agrario corresponde al propósito del capitalismo de obtener el control de toda la riqueza nacional. Con ese fin se celebra una alianza entre industriales y terratenientes. Esta alianza arranca al Vaticano una parte de las fuerzas que había logrado reunir, sobre todo entre los propietarios de tierras del Mezzogiorno, y las incorpora al marco del estado burgués. Por lo demás, el mismo Vaticano advierte la necesidad de acentuar más la parte de su programa reaccionario que contempla la resistencia al movimiento obrero, y toma posición contra el socialismo con la encíclica Rerum Novarum. Frente a la amenaza que el Vaticano sigue representando para el estado, las clases dirigentes reaccionan dándose una organización unitaria con un programa anticlerical, a través de la masonería.

En ese período es cuando aparecen los primeros progresos reales del movimiento obrero. La instauración de la dictadura industrial-agraria plantea en sus términos reales el problema de la revolución, determinando sus factores históricos. Surge en el norte un proletariado industrial y agrícola, mientras en el sur la población rural, sometida a un sistema de explotación "colonial", es mantenida en su estado de sojuzgamiento mediante una opresión política cada vez más acentuada. En este período se plantean con toda claridad los términos de la "cuestión meridional". De manera espontánea, sin que intervenga el factor consciente, y sin que tampoco el Partido Socialista extraiga de este hecho una indicación para su estrategia de partido de la clase obrera, se verifica por primera vez la confluencia de tentativas insurreccionales del proletariado septentrional con una rebelión de campesinos meridionales (brigadas sicilianas).

13. Una vez derrotadas las primeras tentativas insurreccionales del proletariado y de los campesinos contra el estado, la burguesía italiana consolidada está en condiciones de adoptar, para obstaculizar los progresos del movimiento obrero, los métodos exteriores de la democracia y los de la corrupción política con el sector privilegiado de la población trabajadora (aristocracia obrera) para hacerlo cómplice de la dictadura reaccionaria que continúa ejerciendo e impedirle que se convierta en el centro de la insurrección popular contra el estado (giolittismo). Se produce, no obstante, entre 1900 y 1910, una fase de concentración industrial y agraria. El proletariado rural se incrementa en un 50% en detrimento de las categorías ligadas por contrato, aparceros y arrendatarios. Esto da lugar a tanta ola de movimientos rurales y a una nueva orientación de los campesinos que obliga al propio Vaticano a reaccionar con la fundación de la Acción Católica y con un movimiento ''social'' que, en sus formas extremas, llega a asumir las apariencias de una reforma religiosa (modernismo)*. Esta reacción del Vaticano que tiende a retener a las masas se corresponde con el acuerdo de los católicos con las clases dirigentes para consolidar las bases del estado (abolición del non expedit, pacto Gentiloni).

También hacia el final de este tercer período (1914) los diversos movimientos parciales del proletariado y de los campesinos culminan en una nueva tentativa espontánea de unificación de las diversas fuerzas de masa antiestatales en una insurrección contra el estado reaccionario. A partir de esta tentativa se plantea ya con suficiente relieve un problema que aparecerá en toda su amplitud en la posguerra: la necesidad de que el proletariado organice, por sí mismo, un partido de clase que le permita encabezar y dirigir la insurrección.
14. En la posguerra se produce la máxima concentración económica en el campo industrial. El proletariado alcanza el grado más alto de organización, paralelamente a la máxima disgregación de las clases dirigentes y del estado. Todas las contradicciones inherentes al organismo social afloran con la máxima crudeza bajo el efecto del despertar de las masas, incluso de las más atrasadas, a la vida política, como consecuencia de la guerra y de sus secuelas inmediatas. Y, como siempre, el avance de los obreros de la industria y del agro va acompañado de una profunda agitación de las masas campesinas, tanto en el Mezziogiorno como en otras regiones.

Las grandes huelgas y la ocupación de las fábricas se desarrollan contemporáneamente a la ocupación de las tierras. La resistencia de las fuerzas reaccionarias se ejerce todavía según la dirección tradicional. El Vaticano acepta que, junto a la Acción Católica, se constituya un verdadero partido que se propone integrar a las masas campesinas en el marco del estado burgués, respondiendo así en apariencia a sus aspiraciones de redención económica y de democracia política. Las clases dirigentes, a su vez, ponen en práctica un vasto plan de corrupción y de disgregación interna del movimiento obrero usando como señuelo, ante los dirigentes oportunistas, la posibilidad de que una aristocracia obrera colabore con el gobierno en una tentativa de solución "reformista" del problema del estado (gobierno de izquierda). Pero en un país pobre y desunido como Italia, el sólo hecho de que se entrevea una solución "reformista" del problema del estado provoca inevitablemente la disgregación de la cohesión estatal y social, que no puede resistir la colisión de los numerosos grupos en los que se fraccionan las mismas clases dirigentes y las clases intermedias. Cada grupo tiene sus propias exigencias de protección económica y de autonomía política, y, en ausencia de un núcleo de clase homogéneo que sepa imponer, con su dictadura, una disciplina de trabajo y de producción a todo el país, derrotando y eliminando a los explotadores capitalistas y agrarios, el gobierno resulta imposible y la crisis del poder permanece continuamente abierta.

La derrota del proletariado revolucionario se debe, en este período decisivo, a las deficiencias políticas, organizativas, tácticas y estratégicas del partido de los trabajadores. Como consecuencia de estas deficiencias, el proletariado no logra ponerse al frente de la insurrección de la gran mayoría de la población para hacerla desembocar en la creación de un estado obrero; al contrario, él mismo sufre la influencia de otras clases sociales que paralizan su acción. Por tanto, hay que considerar que la victoria del fascismo, en 1922, no es una victoria sobre la revolución, sino la consecuencia de la derrota sufrida por las fuerzas revolucionarias en razón de sus carencias intrínsecas.


* MODERNISMO:
Vasto movimiento nacido entre 1904 y 1905 en el interior del catolicismo, hostil a las posiciones políticas conservadoras sostenidas por la iglesia, y tendiente a una profunda reforma en la conciencia católica. En Italia, el sacerdote Romolo Murri dirigió este movimiento, condenado por el Papa Pío X en 1907. [E.]

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martes, 21 de diciembre de 2010

Espontaneidad y dirección consciente


Antonio Gramsci marxists.org

Se pueden dar varias definiciones de la expresión espontaneidad, porque el fenómeno al que se refiere es multilateral. Hay que observar, por de pronto, que la espontaneidad pura no se da en la historia coincidiría con la mecanicidad pura. En el movimiento más espontáneo los elementos de "dirección consciente" son simplemente incontrolables, no han dejado documentos identificables. Puede por eso decirse que el elemento de la espontaneidad es característico de la "historia de las clases subalternas", y hasta de los elementos más marginales y periféricos de esas clases, los cuales no han llegado a la consciencia de la clase para sí y por ello no sospechan siquiera que su historia pueda tener importancia alguna, ni que tenga ningún valor dejar de ella restos documentales.

Existe, pues, una multiplicidad de elementos de dirección consciente en esos movimientos, pero ninguno de ellos es predominante ni sobrepasa el nivel de la ciencia popular de un determinado estrato social, del sentido común, o sea, de la concepción del mundo tradicional de aquel determinado estrato.

Este es precisamente el elemento que De Man contrapone empíricamente al marxismo, sin darse cuenta (aparentemente) de que está cayendo en la misma posición de los que, tras describir el folklore, la hechicería, etc., y tras demostrar que estos modos de concebir tienen una raíz históricamente robusta y están tenazmente aferrados a la psicología de determinados estratos populares, creyeran haber superado con eso la ciencia moderna y tomaran por ciencia moderna los burdos artículos de las revistas de difusión popular de la ciencia y las publicaciones por entregas. Este es un verdadero caso de teratología intelectual, del cual hay más ejemplos: los hechiceristas relacionados con Maeterlinck, que sostienen que hay que recoger el hilo de la alquimia y de la hechicería, roto por la violencia, para poner a la ciencia en un camino más fecundo de descubrimientos, etc. Pero De Man tiene un mérito incidental: muestra la necesidad de estudiar y elaborar los elementos de la psicología popular, históricamente y no sociológicamente, activamente (o sea, para transformarlos, educándolos, en una mentalidad moderna) y no descriptivamente como hace él; pero esta necesidad estaba por lo menos implícita (y tal vez incluso explícitamente declarada) en la doctrina de Ilich (LENIN), cosa que De Man ignora completamente. El hecho de que existan corrientes y grupos que sostienen la espontaneidad como método demuestra indirectamente que en todo movimiento "espontáneo" hay un elemento primitivo de dirección consciente, de disciplina. A este respecto hay que practicar una distinción entre los elementos puramente ideológicos y los elementos de acción práctica, entre los estudiosos que sostienen la espontaneidad como método inmanente y objetivo del devenir histórico versus los politicastros que la sostienen como método "político". En los primeros se trata de una concepción equivocada; en los segundos se trata una contradicción inmediata y mezquina que trasluce un origen práctico evidente, a saber, la voluntad práctica de sustituir una determinada dirección por otra. También en los estudiosos tiene el error un origen práctico, pero no inmediato como el caso de los políticos. El apoliticismo de los sindicalistas franceses de anteguerra contenía ambos elementos: era un error teórico y una contradicción (contenía el elemento soreliano y el elemento de concurrencia entre la tendencia anarquista-sindicalista y la corriente socialista). Era, además, consecuencia de los terribles hechos de París de 187l: la continuación, con métodos nuevos y con una teoría brillante, de los treinta años de pasividad (1870-1900) de los obreros franceses. La lucha puramente económica no podía disgustar a la clase dominante, sino al contrario. Lo mismo puede decirse del movimiento catalán, que no "disgustaba" a la clase dominante española más que por el hecho de que reforzaba objetivamente el separatismo republicano catalán, produciendo un bloque industrial republicano propiamente dicho contra los terratenientes, la pequeña burguesía y el ejército monárquico. El movimiento torinés fue acusado al mismo tiempo de ser espontaneísta y voluntarista o bergsoniano (!).

La acusación contradictoria muestra, una vez analizada, la fecundidad y la justeza de la dirección que se le dio. Esa dirección no era abstracta, no consistía en una repetición mecánica de las fórmulas científicas o teóricas; no confundía la política; la acción real, con la disquisición teorética; se aplicaba a hombres reales, formados en determinadas relaciones históricas, con determinados sentimientos, modos de concebir, fragmentos de concepción del mundo, etc., que resultaban de las combinaciones espontáneas de un determinado ambiente de producción material, con la casual aglomeración de elementos sociales dispares. Este elemento de espontaneidad no se descuidó, ni menos se despreció: fue educado, orientado, depurado de todo elemento extraño que pudiera corromperlo, para hacerlo homogéneo, pero de un modo vivo e históricamente eficaz, con la teoría moderna. Los mismos dirigentes hablaban de la espontaneidad del movimiento, y era justo que hablaran así: esa afirmación era un estimulante, un energético, un elemento de unificación en profundidad; era ante todo la negación de que se tratara de algo arbitrario, artificial, y no históricamente necesario. Daba a la masa una conciencia teorética de creadora de valores históricos e institucionales, de fundadora de Estados. Esta unidad de la espontaneidad y la dirección consciente, o sea, de la disciplina, es precisamente la acción política real de las clases subalternas en cuanto política de masas y no simple aventura de grupos que se limitan a apelar a las masas.

A este propósito se plantea una cuestión teórica fundamental: ¿puede la teoría moderna encontrarse en oposición con los sentimientos espontáneos de las masas? (Espontáneos en el sentido de no debidos a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la experiencia cotidiana iluminada par el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestramente se llama instinto y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental).

No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia cuantitativa, de grado, no de cualidad: tiene que ser posible una reducción, por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y viceversa. (Recordar que Kant quería que sus teorías filosóficas estuvieran de acuerdo con el sentido común; la misma posición se tiene en Croce; recordar la afirmación de Marx en la Sagrada Familia, según la cual las fórmulas de la política francesa de la Revolución se reducen a los principios de la filosofía clásica alemana.) Descuidar -y aun más, despreciar- los movimientos llamados espontáneos, o sea, renunciar a darles una dirección consciente, a elevarlos a un plano superior insertándolos en la política, puede a menudo tener consecuencias serias y graves. Ocurre casi siempre que un movimiento, espontáneo de las clases subalternas coincide con un movimiento reaccionario de la derecha de la clase dominante, y ambos por motivos concomitantes: por ejemplo, una crisis económica determina descontentos en las clases subalternas y movimientos espontáneos de masas, por una parte, y, por otra, determina complots de los grupos reaccionarios, que se aprovechan de la debilitación objetiva del gobierno; para intentar golpes de estado. Entre las causas eficientes de estos golpes de estado hay que incluir la renuncia de los grupos responsables a dar una dirección consciente a los movimientos espontáneos para convertirlos así en un factor político positivo. Ejemplo de las Vísperas sicilianas y discusiones de los historiadores para averiguar si se trató de un movimiento espontáneo o de un movimiento concertado: me parece que en las Vísperas sicilianas se combinaron los dos elementos: la insurrección espontánea del pueblo italiano contra los provenzales -ampliada con tanta velocidad que dio la impresión de ser simultánea y, por tanto, de basarse en un acuerdo, aunque la causa fue la opresión, ya intolerable en toda el área nacional- y el elemento consciente de diversa importancia y eficacia, con el predominio de la conjuración de Giovanni da Procida con los aragoneses. Otros ejemplos pueden tomarse de todas las revoluciones del pasado en las cuales las clases subalternas eran numerosas y estaban jerarquizadas por la posición económica y por la homogeneidad. Los movimientos espontáneos de los estratos populares más vastos posibilitan la llegada al poder de la clase subalterna más adelantada por la debilitación objetiva del Estado. Este es un ejemplo progresivo, pero en el mundo moderno son más frecuentes los ejemplos regresivos.

Concepción histórico-política escolástica y académica, para la cual no es real y digno sino el movimiento consciente al ciento por ciento y hasta determinado por un plano trazado previamente con todo detalle o que corresponde (cosa idéntica) a la teoría abstracta. Pero la realidad abunda en combinaciones de lo más raro y es el teórico el que debe identificar en esas rarezas la confirmación de su teoría, traducir a lenguaje teórico los elementos de la vida histórica, y no al revés, exigir que la realidad se presente según el esquema abstracto. Esto no ocurrirá nunca y, por tanto, esa concepción no es sino una expresión de pasividad. (Leonardo sabia descubrir el número de todas las manifestaciones de la vida cósmica, incluso cuando los ojos del profano no veían más que arbitrio y desorden).

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viernes, 22 de mayo de 2009

La cuestión de los jóvenes


Antonio Gramsci

Existen muchas "cuestiones" de los jóvenes. Dos me parecen de especial importancia: 1) La generación "vieja" cumple siempre la educación de los "jóvenes"; habrá conflicto, discordia, etc., pero se trata de fenómenos superficiales, inherentes a toda obra educativa y de contención, a menos que se trate de interferencias de clase, es decir, que los "jóvenes" (o una parte sustancial de ellos) de la clase dirigente (entendida en el sentido más amplio, no sólo económico, sino también político-moral) se rebelen y pasen a la clase progresiva, que se ha hecho históricamente capaz de tomar el poder; pero en este caso se trata de "jóvenes" que pasan de la dirección de los "viejos" de una clase a la dirección por los "viejos" de otra clase: en cualquier caso se mantiene la subordinación real de los "jóvenes" a los "viejos" como generación, aunque con las diferencias de temperamento y de vivacidad antes aludidas.

2) Cuando el fenómeno toma un carácter al que suele llamarse "nacional", o sea, cuando no aparece abiertamente la interferencia de clase, la cuestión se complica y se hace caótica. Los "jóvenes" se encuentran en estado de rebelión permanente, porque persisten las causas profundas de la misma sin que estén permitidos el análisis, la crítica y la superación (no conceptual y abstracta, sino histórica y real); los "viejos" dominan de hecho, pero... après moi le déluge *, no consiguen educar a los jóvenes, prepararlos para la sucesión. ¿Por qué? Esa situación significa que están dadas todas las condiciones para que los "viejos" de otra clase tengan que dirigir a esos jóvenes, sin que puedan hacerlo, por razones extrínsecas, de represión político-militar. La lucha, cuyas expresiones externas normales son sofocadas, se agarra entonces como una gangrena disolvente a la estructura de la vieja clase, debilitándola y pudriéndola, asume formas morbosas, de misticismo, de sensualismo, de indiferencia moral, de degeneraciones patológicas físicas y psíquicas, etc. La vieja estructura no contiene ni consigue dar satisfacción a las exigencias nuevas. El paro permanente o semipermanente de los
llamados intelectuales es uno de los fenómenos típicos de esa insuficiencia, la cual toma un áspero carácter para los más jóvenes, puesto que no deja "horizontes abiertos". Por otra parte, esta situación conduce a los "cuadros cerrados" de carácter feudal-militar, o sea, va agriando ella misma los problemas que no es capaz de resolver. (C. XVI; I.C. 43.)

* después de mí el diluvio

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