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viernes, 2 de julio de 2010

30 de junio de 1957: Tres jóvenes por la causa revolucionaria


Raisa Vázquez Romero 5 septiembre

Segada cruelmente cuando apenas había cumplido los 20 años de edad, la vida de Josué País García simboliza el heroísmo derrochado por lo más puro de nuestra juventud, frente al sistema de opresión imperante en Cuba antes del triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959.

Josué, hermano menor del luchador clandestino Frank País García, de quien recibió siempre un especial cariño, y por el cual profesó el más profundo sentimiento de respeto y admiración, se forjó tempranamente en el fragor revolucionario, y con coraje y heroísmo peculiares tejió su propia historia en la lucha contra la dictadura imperante.

Respetuoso y obediente, contrastaba con la rigurosa disciplina adquirida en el seno familiar, el carácter fuerte, a veces impulsivo, que convergería en el joven rebelde, poseedor de una madurez y capacidad de análisis poco común en su edad, que le valieron para cumplir delicadas misiones encomendadas por el movimiento.

Quienes lo conocieron, afirman que por su innata inteligencia hubiera triunfado como estudiante de la carrera de Ingeniería Mecánica, aun cuando su condición de joven pobre tuviese por mayor rival las desigualdades sociales de la época. Pero es precisamente la cruda realidad reinante, la principal motivación que, junto a la influencia recibida de su hermano Frank, lo llevan a inclinarse decididamente por los intereses patrios.

Con plena conciencia política de la causa abrazada, a los 16 años es un ferviente admirador del Héroe Nacional de Cuba, José Martí. Se percata del alcance del asalto al Moncada, dirigido por Fidel Castro el 26 de julio de 1953, e integra las primeras organizaciones creadas en su natal Santiago de Cuba; participa en manifestaciones contra la tiranía batistiana y sufre el primer encarcelamiento al ser sorprendido cuando escribía frases en una pared, dando vivas a Fidel y de condena al dictador Fulgencio Batista.

Con el fin de arrancarle una confesión sobre el nombre de otros revolucionarios, sus captores emplearon los más terribles procedimientos. Le amarraron una soga a una pierna, para suspenderlo cabeza abajo durante varios minutos, pero de aquel revolucionario casi niño, sólo obtuvieron el más heroico silencio.

Seguir paso a paso la corta, pero intensa vida del joven revolucionario, impresiona. Por iniciativa propia y encomiendas de Frank, se le veía constantemente en cada protesta, en el trasiego de armas, en sabotajes o en tareas organizativas que cumplía con audacia y lo prepararon para asumir empeños mayores, como fue su participación en el levantamiento armado de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco de la expedición del yate Granma, comandada por Fidel.

Para el heroico acontecimiento, Frank lo responsabilizó primero con los preparativos de la fuga de los presos políticos confinados en la cárcel de Boniato, y luego dentro del plan general de la acción, le encomendó la delicada tarea de disparar con un mortero desde el Instituto de Segunda Enseñanza contra el cuartel Moncada, misión frustrada al ser detenido junto a su compañero de lucha, Léster Rodríguez, cuando intentaban cruzar los muros del centro estudiantil.

Incluido con el resto de los combatientes detenidos por el levantamiento armado y el desembarco del Granma en la conocida Causa 67 de 1956, seguida contra 226 personas acusadas de haber tomado parte en la insurrección encabezada por Fidel Castro, hasta el día del juicio, Josué guardó prisión en el propio penal de Boniato, desde donde desplegó una intensa actividad organizativa dedicada a proseguir la lucha una vez puestos en libertad.

Tras la salida de prisión fue ascendido por la Dirección del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26-7) a Teniente de Milicias, y al igual que otros destacados revolucionarios, pasó a la total clandestinidad sin detener un instante su batallar, como reflejó la respuesta que junto a un grupo de compañeros daría a un provocador mitin político en el parque Céspedes, de Santiago de Cuba, convocado para aquel 30 de junio de 1957 con el fin de demostrar la falsa imagen de que reinaba la paz en la ciudad. Entre los distintos grupos del M-26-7 que salieron en aquella tarde a la calle a sabotear la acción, estaba el de Josué, integrado también por Floromiro Vistel Somadeville (Floro) y Salvador Pascual Salcedo (Salvita), a bordo de un auto ocupado a un particular, quien se apresuró a informar del hecho a la policía.

En la intercepción del Paseo Martí y la Calzada de Crombet, el auto fue emboscado por carros microondas de la policía batistiana, que realizaron fuego cerrado sobre el comando revolucionario, que en desigual condición respondió valientemente. Floro y Salvador caen acribillados a balazos, mientras que herido y capturado, Josué es conducido supuestamente al Hospital de Emergencias.

Por orden del sanguinario teniente coronel José María Salas Cañizares, reconocido por los crímenes, abusos y torturas cometidos por orden del régimen de facto, los guardias que lo conducen lo remataron criminalmente en el interior del jeep militar, según testimonio de transeúntes que aseguraron haber escuchado la voz del joven herido y luego los disparos de las armas de sus verdugos.

El entierro de los jóvenes revolucionarios se transformó en una manifestación de duelo y desafío al régimen. Sus cuerpos fueron cubiertos por banderas del Movimiento 26 de Julio.

“¡No tapen el sarcófago para que Josué pueda ver a su pueblo que lo sigue!”, dijo valientemente su madre Doña Rosario. El pueblo no solo lo siguió, lo acompañó hasta la necrópolis santiaguera entonando la marcha revolucionaria del 26 de Julio y el Himno Nacional, gritando “¡Abajo Batista!”, “¡Revolución, Revolución...!”.

Quien mejor lo conoció, el Frank que tanto admiró y amó a su hermano menor, ante el dolor por la pérdida y la imposibilidad de despedirlo, desde la casa donde se encontraba oculto le dedicó, en sentido poema, estos versos:

“Cumpliste tu vida, tus sueños. Moriste peleando y de frente”.

Por ello, a 53 años del criminal asesinato, mientras en su tumba jamás faltan las flores blancas ni dejan de ondear la Enseña Nacional y la bandera roji-negra del Movimiento 26 de Julio, el heroísmo de Josué, Floro y Salvador se multiplica en esta juventud de hoy, dispuesta a preservar sus sueños y a proseguir su lucha. La caída de estos tres valerosos combatientes venía a reafirmar una vez más que la dictadura era incapaz de resistir el avance de la acción revolucionaria.

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