La juventud egipcia se une contra la vieja guardia
Paul Amar Al-Jazeera
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En las semanas posteriores a la renuncia forzosa del presidente Hosni Mubarak, el 11 de febrero, la coalición que dirigió la sublevación en la Plaza Tahrir ha actuado frecuente y vigorosamente para continuar la revolución egipcia.
Federaciones sindicales, movimientos estudiantiles, organizaciones femeninas y nuevos grupos juveniles islamistas de tendencia liberal han expulsado a los aliados de Mubarak de las redes de televisión y los periódicos, han cerrado los odiados ministerios de Seguridad del Estado y de policía, chan onfiscado expedientes policiales sobre disidentes, han provocado más renuncias en el gabinete y han iniciado acusaciones contra perpetradores de brutalidad policial, corrupción estatal e intolerancia religiosa.
Han establecido nuevos partidos políticos, han frustrado intentos de limitar los derechos de las mujeres, han expandido la federación sindical independiente con millones de miembros, han recuperado las administraciones de las universidades y han realizado las primeras elecciones verdaderamente libres de consejos universitarios, sindicatos profesionales y laborales en la historia moderna de Egipto.
Mubarak está arrestado en un hospital; sus hijos languidecen en la prisión Tora (“la Bastilla de El Cairo”) y los activos de una docena de oligarcas se han confiscado. Y, sin embargo, la mayor parte de la prensa occidental no parece tomar nota de estos logros políticos y luchas sociales.
En vez de eso, el New York Times y los comentaristas occidentales en Al Jazeera preguntan: “¿Pierde su primavera la ‘Primavera Árabe’? y “¿Podría ser robada la revolución de Egipto?”
Hillary Clinton advirtió de que la revolución podría terminar por ser un simple “espejismo en el desierto”. La prensa occidental hizo hincapié en los resultados del referendo del 19 de marzo –en el que un 77% de los votantes aprobó un conjunto de enmiendas constitucionales escritas apresuradamente– para concluir que se ha formado una alianza de la vieja guardia del ejército y de la Hermandad Musulmana para repeler la revolución popular.
Formuladas en gran parte en secreto por un comité de oficiales del ejército y un juez vinculado a la Hermandad Musulmana, esas enmiendas prepararon el terreno para las elecciones parlamentarias de septiembre y las presidenciales de noviembre. Pero no suspendieron el decreto de emergencia o limitaron el abrumador poder de la presidencia en la medida que esperaban los oponentes.
Es verdad que la Hermandad Musulmana y residuos del Partido Nacional Democrático (NDP) de Mubarak apoyaron las enmiendas, mientras organizaciones liberales, izquierdistas y cristianas presionaron contra ellas. Pero el resultado no puede interpretarse como una señal de que tres cuartos del pueblo egipcio tengan la intención de votar por partidos islamistas o que apoyen a elementos dentro del ejército que todavía están vinculados al régimen de Mubarak.
Sí a la democracia, sí a la unidad
Como dijo el escritor y organizador juvenil egipcio Amr Abdelrahman: “Algunos en el ejército malinterpretaron el voto del ‘sí’ en el referendo como un voto contra los manifestantes y por el ejército, en lugar de un voto que celebra a ambos grupos al mismo tiempo”.
En otras palabras, los egipcios estaban motivados a votar para favor de la democracia, a favor de un nuevo sistema político abierto y para agradecer al ejército por proteger a la gente contra la violencia.
Por cierto, poco después del referendo, la opinión pública se volvió fuerte y rápidamente contra el intento de alianza entre el ejército y la Hermandad Musulmana. Las protestas públicas aumentaron a niveles que no se veían desde el 11 de febrero.
Decenas de miles de personas se manifestaron y realizaron sentadas en campus universitarios; miles de agricultores en el sur rural se alzaron para organizarse contra las tácticas represivas del consejo militar; e incluso la gente de Sharm el Sheikh –el balneario del Mar Rojo donde se encuentra la villa de exilio de Mubarak– salió a las calles a insistir en que el ejército haga que los antiguos dirigentes del régimen rindan cuentas por sus crímenes.
Hubo amplia evidencia de disenso interno dentro de las fuerzas armadas, e importantes dirigentes juveniles y liberales dentro de la Hermandad comenzaron a hablar de orientarse en nuevas direcciones. Esta crisis posterior al referendo volvió a abrir filones de conflicto, pero de buena manera, presionando al ejército para que se identifique a favor, no contra la juventud revolucionaria.
Eso se vio con mayor claridad el 8 de abril durante una inmensa protesta llamada Día de Limpieza, que unió a decenas de miles de mujeres, estudiantes y grupos religiosos en la Plaza Tahrir. Los manifestantes estaban enfurecidos porque el ejército había preparado una nueva ley draconiana que prohibía protestas y huelgas.
En lugar de levantar el estado de emergencia, el ejército parecía estar fortificándolo, y había señales de que trataba de echar marcha atrás en el procesamiento de Mubarak, su familia y sus ex ministros por corrupción, tortura y abuso del poder. Como dijo el 11 de abril el general Mohamed al Assar del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas: “Los funcionarios pueden ser investigados por crímenes financieros, pero los crímenes políticos y la corrupción no están penalizados por la actual ley egipcia, de modo que de esa forma no se puede acusar a los ex funcionarios”.
El poder al pueblo
Ignorando la prohibición del ejército de las protestas, los estudiantes universitarios marcharon desde Giza cruzando el puente sobre el Nilo, y convergieron con miembros de sindicatos y organizaciones de mujeres musulmanas en la Plaza Tahrir. En el corazón de la protesta, protegidos por la multitud, había jóvenes oficiales del ejército de uniforme – desertores.
Leyeron un manifiesto exigiendo el fin del decreto de emergencia y llamaron a los militares a colocarse más claramente de parte del pueblo. Los jóvenes oficiales criticaron la corrupción de las fuerzas armadas y llamaron a limpiarlas de cómplices de Mubarak, insistiendo especialmente en la exclusión de Mohamed Hussein Tantawi, ministro de defensa de Egipto y actual líder del consejo militar gobernante.
Esa noche, fuerzas de la policía militar y de la odiada Seguridad del Estado (supuestamente disuelta) reaccionaron rápida y brutalmente. Por lo menos dos civiles, según las informaciones, murieron por disparos. La mayoría de los jóvenes oficiales fueron perseguidos, arrestados y “desaparecidos”. Assar trató de justificar la represión diciendo: “Las fuerzas armadas son ahora la espina dorsal de la nación, y todo ataque en su contra es un intento de destruir la estructura de la nación”.
Pero el alba del día siguiente reveló un movimiento resuelto y atrevido por la democracia. Todas las fuerzas políticas, incluida la Hermandad Musulmana, se pronunciaron de modo solidario contra la represión militar.
La violencia nocturna en realidad había aumentado la fuerza y la confianza de los protagonistas de la revolución. El nuevo primer ministro, el paladín contra la corrupción Essam Sharaf, amenazó con renunciar y exigió una inmediata disculpa de los militares y justicia para las víctimas. Los dos principales candidatos a presidente, el secretario general de la Liga Árabe Amr Moussa, y el premio Nobel Mohamed ElBaradei, también criticaron severamente a los militares y exigieron urgentes cambios.
Al llegar el domingo siguiente, el ejército había liberado a todos los detenidos civiles sin acusarlos y prometió que se reformaría y moderaría. Oficiales más progresistas, como el general Sami Annan, tomaron posiciones de más influencia. Las fuerzas armadas estaban siendo transformadas por la revolución, desde adentro y desde afuera, y aunque la vieja guardia no cedía sin derramamiento de sangre, la institución mostraba señales de orientación hacia el cambio.
Revolucionarios uníos
Más importante aún, la crisis post referendo provocó la formación de la organización más interesante creada hasta ahora, el Congreso Nacional Egipcio, o “Congreso Egipcio para Defender la Revolución”, un grupo aglutinador compuesto por la Coalición Juvenil 25 de Enero, el Movimiento Laboral Nacional 6 de Abril (que representa ciudades industriales medianas), la Liga Juvenil Progresista (izquierdistas de todas partes de Egipto), la Plataforma Juvenil del Alto Egipto (organizaciones rurales del sur); partidos nuevos como el Partido de los Egipcios Libres (un partido antisectario apoyado por destacados egipcios cristianos), el Partido Democrático de Trabajadores, el Partido Karama, o Dignidad (nasseristas nacionalistas de izquierda); así como partidos establecidos, centristas de clase media, como Wafd y los Verdes.
Miles de delegados de estos grupos se reunieron el 7 de mayo en El Cairo en una reunión financiada por el acaudalado arquitecto y carismático visionario Mamdouh Hamza. Querían elegir un comité directivo para que sirviera como complemento civil al consejo militar, redactar un documento aclarando los objetivos restantes de la revolución, que Hamza describió como “visión futurista de un desarrollo basado en la justicia social”, y comenzar a forjar una lista común de candidatos para las elecciones parlamentarias de septiembre.
Hasta ahora, la Hermandad Musulmana se ha negado a unirse al Congreso. Durante su reunión de la Shura (consejo) del 30 de abril, la vieja guardia de la Hermandad logró colocar a uno de los suyos, Muhammad Mursi, como presidente del Partido de Libertad y Justicia, que se ha comprometido a obtener un 50% de los escaños en las próximas elecciones.
Al parecer la Hermandad ha ligado su suerte a un movimiento alternativo llamado Diálogo Nacional, formado en su mayor parte por egipcios ya mayores, incluidos altos miembros del consejo militar y veteranos del antiguo partido gobernante de Mubarak.
Las elecciones universitarias en todo Egipto en marzo tuvieron inmensos niveles de movilización y participación entre poblaciones estudiantiles usualmente apáticas. Lo más importante es que esas elecciones vigorosamente disputadas es que revelaron que está ocurriendo un cambio, de un momento en el que todas las energías apuntaban a Mubarak y su Estado policial a otro caracterizado por un amplio debate sobre qué formas de gobiernos y tipos de políticas sociales debieran regir el nuevo Egipto.
Las elecciones universitarias también estuvieron marcadas por una mezcla de entusiasmo sin precedentes y de pragmatismo radical, particularmente en cuanto al papel de la religión.
Rechazo de los conservadores de derecha
Cuando grupos puritanos salafistas y estudiantes simpatizantes de facciones de la conservadora Hermandad Musulmana entraron a los campus y trataron de reavivar las antiguas guerras culturales (distribuyendo panfletos y pintarrajeando grafiti sobre los “males” de la cerveza, de la prostitución y de la democracia liberal), fueron considerados como acosadores aburridos de los nuevos espacios políticos de Egipto.
Como dijo Kholoud Saber, una joven dirigente de la Asociación por la Libertad de Pensamiento y Expresión de la Universidad de El Cairo: “Los estudiantes que se identificaron como salafistas y Hermanos derechistas que trataron de difundir propaganda sobre la perversión religiosa y causar problemas con mujeres y cristianos fueron vistos como nada más que agentes del antiguo régimen, sospechosos de estar vinculados a la antigua SS (Seguridad del Estado)”.
Saber dijo que su presencia “solo aumentó el apoyo para los candidatos más progresistas y favorables a la solución de problemas”.
El rechazo a los propagandistas salafistas, sin embargo, no significa que se haya rechazado toda la retórica religiosa. Al contrario, las organizaciones juveniles se basaron en el discurso religioso y en nociones de deber público para llamar la atención sobre problemas como el alojamiento estudiantil, transporte público, la crisis de desempleo de graduados, las tasas universitarias y la demanda de despido de administradores corruptos y de que se mantuviera fuera de los campus a la vigilancia policial y militar.
Consignas utilizadas por las candidatas de las Hermanas Musulmanas en la Universidad de El Cairo podrán sonar como seculares a los occidentales: “Cámbiate tú y luego cambia a Egipto” y “Mantente positiva y vota”, pero los egipcios reconocen en esas palabras un reflejo de las nociones islámicas de compromiso moral, auto-transformación ética y el deber de participar en la comunidad.
Invocando de esa manera el cambio y la participación en lugar del tradicionalismo y la doctrina, los grupos de estudiantes progresistas religiosos ayudaron a derrotar una cultura de apatía en los campus. Un treinta por ciento de los sitios en los consejos estudiantiles en todo el país fueron obtenidos por candidatos vinculados a la Hermandad Musulmana, entre ellos jóvenes hombres y mujeres de las tendencias más liberales.
Mozn Hassan, dirigente juvenil y directora de la Nazra para Estudios Feministas en El Cairo, informó que “aunque la mayoría de los estudiantes en esta primera elección libre de consejos universitarios todavía no estaba organizada en partidos distinguibles, la mayoría de los candidatos que tenían algún vínculo con el NDP… fueron rechazados en las urnas, y candidatos independientes asociados con organizaciones o temas liberales obtuvieron la mayoría de los puestos en los consejos, incluso en Alejandría que es frecuentemente considerada como un bastión de la política religiosa”.
Seif Edeen al Bendari, de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de la Universidad de El Cairo, quien fue elegido al puesto de vicepresidente para asuntos sociales y medioambientales, no habló con alegría y entusiasmo de algún tema ideológico especial sino del cambio entre sus compañeros: “Los estudiantes son ahora activos, ambiciosos, elocuentes cuando hablan de política y se involucran en la mejora del sistema. La gente quiere ser consciente de sus derechos y hacerlos valer. Es posible que a veces sientan ira o miedo, pero no son pesimistas. Ahora son dueños de su país e insisten en que ellos serán los que decidan quién gobierne Egipto.”
¡Abajo lo viejo, viva lo nuevo!
Este tipo de espíritu democrático también permea los sindicatos profesionales de Egipto, que entre febrero y abril derrocaron a sus dirigentes del antiguo régimen. En otros países, los sindicatos profesionales pueden ser organizaciones conservadoras que protegen a los privilegiados; pero en Egipto tienden a operar más como los sindicatos del sector público de Wisconsin, como vigilantes protectores de la clase media.
Como señaló Mozn Hassan: “Las elecciones de marzo en el sindicato de los médicos, en las que expulsaron a la vieja guardia de los Hermanos Musulmanes así como a dirigentes vinculados a Mubarak y en las que mujeres obtuvieron algunos puestos dirigentes, representaron el fin de una era en la cual los profesionales se orientaban hacia el conservadurismo social”.
El sindicato de médicos también votó para entregar 3.000 libras egipcias (500 dólares) a la familia de cada persona muerta en las manifestaciones de la Plaza Tahrir. En el mismo período, la Corte Suprema Constitucional declaró inconstitucionales los intentos del Estado de congelar las elecciones sindicales; el sindicato de periodistas derribó a su dirigente del tiempo del antiguo régimen y se movilizó para terminar con el control estatal y con la corrupción en la televisión y la prensa; y el sindicato de abogados envió a su dirigente vinculado a Mubarak a tomar “vacaciones permanentes” y organizó nuevas elecciones.
El Estado también fue obligado a aprobar la formación de un nuevo sindicato independiente para jubilados del sector público.
Esa gigantesca organización, que representa a más de 8,5 millones de personas y controla más de 435.000 millones de libras egipcias (73.000 millones de dólares) en fondos de pensión, se convirtió de inmediato en un inmenso protagonista en la política revolucionaria. Además, otros sindicatos profesionales se reunieron a fines de febrero para formar una coalición unificada, el Movimiento 9 de marzo, para movilizar a otros 8 millones de profesionales.
Mientras avanzaban las clases medias, la clase trabajadora tampoco perdía velocidad.
Al Masry al Youm, un periódico en árabe, publicó un estudio sobre las huelgas que ocurren en un típico día de trabajo a mitad de semana a lo largo del Nilo en pequeñas localidades e instalaciones industriales: 350 distribuidores de gas butano protestaron contra el Ministerio de Solidaridad Social en la ciudad de Takhla; 1.200 empleados bancarios en huelga, exigiendo mejores salarios en Gharbiya; 350 trabajadores de una fábrica de patatas fritas en huelga en Monufiya; 100 estudiantes de enfermería realizan una sentada para ocupar el sindicato médico en Beheira; 1.500 aldeanos en Mahsama protestan contra la decisión del concejo municipal de cerrar una panadería subvencionada; trabajadores en una fábrica de hilados y tejidos en huelga en Assiut; treinta maestros bloquean el ministerio de educación en Alejandría para demandar titularidad; y 200 empleados de hacienda ocupan la oficina del perceptor de impuestos en El Cairo pidiendo mejores salarios y prestaciones.
Las organizaciones religiosas del país también han sido estremecidas por tumultos, disenso y reforma. En ninguna parte es más obvio que en la propia Hermandad Musulmana.
El 26 de marzo, Sameh al Barqy y Mohamed Effan, dirigentes de movimientos juveniles cada vez más elocuentes dentro de la Hermandad Musulmana, auspiciaron una conferencia a la que asistieron cientos de influyentes dirigentes de movimientos juveniles. La reunión enfureció a la vieja guardia que controla el Buró de Orientación de la organización, ya que los jóvenes insisten en lograr democracia dentro de la organización y en restricciones del poder de cualquiera de más de 65 años. Además, Barqy declaró que “la condición marginada de las mujeres en el grupo ya no es aceptable”.
La hora de la juventud, las mujeres, las minorías
Los jóvenes demandaron que cualquier partido apoyado por la Hermandad Musulmana imponga cuotas para asegurar la participación de grandes cantidades de mujeres, cristianos y otros no musulmanes. De hecho, los dirigentes juveniles anunciaron que rechazarán el Partido de la Libertad y la Justicia, recientemente creado por la vieja guardia, si no implementa esas reformas – y se unirían a otros partidos centristas y de izquierda, como Nahda [“Partido del Renacimiento”], un grupo nacionalista liberal-progresista similar a los modernistas islamistas en Turquía y Túnez; al-Wasat [“El Centro”], un partido centrista multicultural, multiconfesional, basado en la fe; o al nuevo Partido Socialdemócrata, compuesto de izquierdistas y de organizaciones sindicales independientes.
Mientras tanto, las hermanas de la Hermandad Musulmana, jóvenes mujeres que estuvieron a la vanguardia en la organización en las universidades y en los levantamientos de la Plaza Tahrir, siguieron expandiendo su influencia entre grupos estudiantiles y sindicales, especialmente durante las elecciones universitarias de abril. Su atractivo popular se basa en una mezcla de mensajes anticonsumistas y antielitistas, combinados con demandas de redistribución de los recursos sociales, económicos, de la vivienda, y educacionales.
El cambio también se ha extendido a las organizaciones sufís, salafistas y cristianas de Egipto. El sufismo representa una amplia categoría de prácticas islámicas culturales, sociales y espirituales. También se basa en tradiciones locales y sincréticas, incluyendo formas de misticismo, la veneración de los santos, meditación, salmodiar y celebración colectiva. Cofradías sufís, o turuq, proveen una serie de servicios en pequeñas localidades y áreas urbanas pobres.
Identificado con las prácticas “vulgares” de las clases populares de Egipto y con la “impureza” de influencias culturales mixtas, el sufismo fue objeto de represión y cooptación agresiva en el Estado de Mubarak. El Estado se hacía cargo de nombrar a sus principales jeques (eruditos religiosos) y murshids (guías), prohibía ciertas prácticas religiosas y controlaba o anulaba rituales y celebraciones (moulids) con gran participación de clase trabajadora.
En la era post Mubarak, esas elites han tratado desesperadamente de aferrarse al poder.
El 25 de marzo, el dirigente nombrado por el Estado, Mohamed al Shahawi, jefe del Consejo Sufi Internacional, y Mohamed Alaa Abul Azayem, fundador del nuevo Partido Tahrir de tendencia sufí, se reunieron con el dirigente nombrado por el Estado, Gran Jeque doctor Ahmed al Tayeb de la Universidad al Azhar de El Cairo.
El trío hizo un compromiso organizativo con la estabilidad del Estado y se dedicó a preparar un programa religioso común para las próximas elecciones. Pero su reunión solo sacó a la luz la medida en la que se han separado de las masas de sufís en las pequeñas ciudades y vecindarios de chabolas, quienes a menudo están en las primeras líneas en las protestas y huelgas.
Sufís marchan contra el extremismo salafista
La base sufí no está interesada en reafirmar la estabilidad del Estado o de los programas sociales conservadores de los dirigentes de la vieja guardia nombrados por el régimen de Mubarak. El 29 de marzo, varios cientos de discípulos sufís organizaron una marcha desde la Mezquita Hussein, cerca de al Azhar en El Cairo, hacia la Plaza Tahrir.
Varias docenas de miembros de la muy abusada comunidad chií y su líder, Mohamed al Derini, se unieron a la manifestación. Demandaban que el ejército proteja a los sufís contra ataques salafistas y demoliciones de santuarios. Pero dirigentes sufís nombrados por el Estado detuvieron la marcha, reflejando las crecientes divisiones internas entre la gente común y la dirigencia vinculada al régimen.
Sin inmutarse, miles de sufís marcharon el 15 de abril de la mezquita de al Sayyid Ahmad al Badawi a la plaza principal en la ciudad de Tanta para protestar contra la creciente actividad de organizaciones derechistas salafistas.
Los salafistas se consideran puritanos, que purgan al Islam de toda violación de la ortodoxia y que restauran el orden divino de la sociedad colocando a la gente en el lugar que le corresponde. Los salafistas han incorporado recientemente a ciertas facciones militares delincuentes, como ser la “Unidad 777” de operaciones especiales, estableciendo su propia milicia y trabajan para influenciar a la opinión estudiantil y juvenil.
Fueron responsables del aumento de los ataques contra cristianos coptos, sobre todo en Alejandría.
Desde luego, los salafistas consideran que los disidentes de género y sexuales y los liberales son apóstatas. Pero dirigen un grado especial de ira contra los propios musulmanes, atacando santuarios sufís como centros de vulgaridad y de desviación religiosa y demonizando a las mujeres trabajadoras como prostitutas.
Pero los salafistas en Egipto, a diferencia de Pakistán, no amenazan con ganar en elecciones o controlar territorio. En su lugar solo parece que impulsan el sentimiento público hacia la izquierda y lejos de la política de “guerra cultural” religiosa, ya que sindicatos, estudiantes y religiosos progresistas se unen en su oposición al puritanismo y la violencia salafista.
Ascenso de la izquierda
En los días revolucionarios en Egipto, parece que el grado de éxito de una organización religiosa contemporánea es directamente proporcional no con su insistencia en la pureza, sino en su generación de una comunidad inclusiva que pueda canalizar las energías de las organizaciones estudiantiles, sindicales y de trabajadores.
Los buenos resultados de liberales e izquierdistas (tanto seculares como religiosos) en las elecciones universitarias y sindicales y las polémicas transformaciones dirigidas por los jóvenes dentro de las fuerzas armadas y dentro de organizaciones islamistas sugieren que si los partidos políticos posteriores a la revolución, o el propio régimen militar, reivindican la doctrina religiosa como centro de la nación Estado egipcia, parecerán anacrónicos y, a fin de cuentas, insostenibles.
En lugar de abandonar la esperanza y descartar la revolución como capturada por Hermanos Musulmanes conservadores y oficiales envejecidos del ejército, los jóvenes de Egipto siguen generando nuevas plataformas de política social y organizando estrategias.
Durante este proceso están reinventando nociones de seguridad y nación, fe y progresivismo, y creando nuevos marcos para la democracia del Siglo XXI – no solo para Egipto, no solo para Medio Oriente, sino tal vez para el mundo.
Paul Amar es profesor asociado de Estudios Globales & Internacionales en la Universidad de California, Santa Barbara. Sus libros incluyen: Cairo Cosmopolitan; The New Racial Missions of Policing; Global South to the Rescue; y el próximo Security Archipelago: Human-Security States, Sexuality Politics and the End of Neoliberalism.
Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/05/201151074321369966.html
0 comentarios:
Publicar un comentario