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lunes, 27 de febrero de 2012

Los embates del gran capital contra el mundo del trabajo


Adrián Sotelo V. Rebelión

El gran capital, representado en la UE por la llamada troika —integrada por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo—, ha emprendido una furiosa cruzada contra los trabajadores y el mundo del trabajo para tratar de resarcirse de la profunda crisis que asola al capitalismo europeo y mundial.

Desde 2008—2009, que marcó la anterior crisis, y que tuvo como epicentro a Estados Unidos, los poderosos dueños de los bancos y de las bolsas de valores han impulsado, a través del Estado capitalista, una serie de medidas de austeridad cuyo objetivo declarado formalmente es contrarrestar—y superar— el déficit del gobierno que en una buena parte de los países europeos, pero en particular, en los de la Eurozona, rebasa con creces el límite máximo de 3% impuesto por la Unión Europea. Los países hasta ahora más afectados son Grecia, España y Portugal, donde en los últimos meses se han aprobado, por los dóciles parlamentos y gobiernos de esos países, una serie de medidas de austeridad contra la población que atentan contra sus derechos económicos, sociales y humanos, sin que hasta ahora se vislumbren indicios de una pronta salida a la crisis.

Por vez primera los voceros del gran capital internacional temen que esta no sea solamente una crisis regional, sino que se pueda convertir, en el transcurso de 2012, en crisis mundial, que va a afectar a los países dependientes y subdesarrollados (por cierto mal llamados países "en vías de desarrollo" o "emergentes") que venían experimentando aumentos importantes en sus tasas de crecimiento en los últimos años. Nos referimos, en particular, a los sudamericanos (como Brasil y Argentina) que de alguna manera soportaron la crisis anterior gracias a su fuerte vinculación y dependencia de la dinámica de la economía China que experimentaba sustanciales incrementos internos de sus tasas de crecimiento, así como de sus importaciones de aquella región.

Los informes actuales de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) e, incluso, de los propios miembros del gobierno chino, revelan que también este país está experimentando, aunque en menor medida que las demás regiones económicas del mundo, una cierta desaceleración de su proceso de crecimiento económico que va a afectar, en menor o mayor grado, a los países que dependen de la dinámica de su comercio internacional.

En este contexto de crisis estructural del capitalismo salvaje el mundo del trabajo, vale decir parafraseando a Marx, el conjunto de procesos productivos y de relaciones sociales de producción que crean y regeneran la producción de valor y de plusvalor a través de la explotación del trabajo por el capital, está sometido a un profundo ataque en los elementos centrales que lo constituyen, tales como reducción de los empleos y aumento del desempleo; reducción de los salarios y de los ingresos reales de los trabajadores; en las funciones que éstos desempeñan y en las categorías bajo las que el capital los contrata para desplegar sus labores. De manera particular el gran capital, a través del Estado (y éste de los parlamentos y de los partidos políticos), han desplegado una campaña en contra de los derechos históricos conseguidos por las luchas de los trabajadores a lo largo del siglo XX, tales como el conjunto de prestaciones que constituyen una forma del salario indirecto, la reducción de la jornada laboral y los tiempos de jubilación y las pensiones que son las formas de vida útil para subsistir una vez que el trabajador deja de estar formalmente contratado.

Insistimos en que la actual —como la anterior de 2008–2009— no es una crisis financiera, una crisis monetaria o de déficit del sector público, por más que éstos sean partes constituyentes de ella, y se manifiesten en los comportamientos de los bancos y de las bolsas de valores de todo el mundo. En el fondo la crisis radica, a nuestro juicio, en el hecho de que el sistema capitalista, o más exactamente el modo capitalista de producción universal, presenta cada vez más límites estructurales en la producción de valor y de plusvalor que atentan y afectan directamente a la tasa de ganancia promedio y extraordinaria del gran capital internacional. Este, en sí mismo, no produce valor; sólo el trabajo, bajo el concepto de tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción y reproducción de las mercancías y de la propia fuerza de trabajo, puede hacerlo bajo las relaciones sociales capitalistas de producción y apropiación cimentadas en la propiedad privada, en la dinámica del mercado y en las condiciones estructurales y superestructurales que dicta el estado través de leyes, códigos, reglamentos y medidas represivas que garanticen el buen funcionamiento de lo que István Mészáros denomina metabolismo social del capital, que devora y destruye hombres, recursos naturales y materiales para garantizar el orden existente y su reproducción.

Sin embargo, este proceso no es lineal, sino dialéctico y contradictorio ya que al mismo tiempo en que el capital reproduce su rentabilidad en los bancos y bolsas de valores con la especulación y la centralización, al mismo tiempo reduce la masa y la tasa de plusvalor lo que en el largo plazo termina por castigar a la tasa de beneficio. Entonces al capital —y al mundo empresarial ligado a él— sólo le queda el recurso de incrementar la explotación del trabajo a través de lo que Marini denomina superexplotación, que implica la constante propensión a expropiar, incluso, parte del fondo de consumo de la fuerza de trabajo para convertirlo en una fuente suplementaria de la acumulación de capital, junto al aumento de la intensidad promedio del trabajo de los ocupados en activo, de la jornada laboral y la rebaja de los salarios y prestaciones para compensar las caídas en la producción de plusvalor.

Hasta ahora este círculo vicioso tiene un punto de inflexión en los actuales intentos de reformar las leyes laborales con el objetivo de reglamentar y legalizar las condiciones de superexplotación del trabajo, la precariedad laboral y la flexibilización, en tanto piezas clave para romper la unidad económica, social y política del mundo del trabajo, y de esta manera, profundizar, aún más, las medidas de austeridad y la políticas neoliberales en curso.

En otra dimensión del lenguaje dialéctico, no unidimensional ni posmoderno o romántico, esto se llama lucha de clases, que hasta ahora ha sido ganada por el capital y el Estado gracias a la profunda fragmentación social y, sobre todo, política, que la clase obrera y el mundo del trabajo experimentaron, particularmente, a partir de la década de los años ochenta del siglo pasado.

La reciente reforma laboral implementada por el gobierno derechista de Mariano Rajoy, es un precioso baluarte del proceso de flexibilización, precarización y construcción de un sólido acueducto que de cause a la libre entrada de la superexplotación del trabajo y que adelanta las medidas que se habrán de tomar, en el corto y mediano plazos, para garantizar la continuidad de las políticas neoliberales que, probablemente, hagan innecesaria la puesta en marcha de un "plan" o "programa" de recate elaborado por la Troika para la economía española.

Al respecto, nos dice Vicenç Navarro, que la reforma laboral "…es la más agresiva que haya existido en España en su periodo democrático…tiene como objetivo reducir los salarios a base de intervenciones que intentan debilitar al mundo del trabajo; como son la facilitación del despido (que inevitablemente aumentará el desempleo), la descentralización y debilitamiento de los convenios colectivos y el debilitamiento muy marcado de la protección social (con reducción muy acentuada de derechos laborales y sociales que la clase trabajadora y otros sectores de las clases populares habían adquirido). Los recortes en gasto público social, con reducción de las transferencias, como las pensiones, así como del gasto en los servicios del Estado del bienestar, tienen también como objetivo debilitar al mundo del trabajo, diluyendo la universalidad de tales servicios, convirtiéndolos en servicios de beneficencia, de tipo asistencial. Hoy, las clases populares en España están sometidas al ataque más frontal que hayan experimentado en el periodo democrático, bajo el pretexto de aumentar la competitividad." ("Salarios y competitividad (I)", en: rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=145263&titular=salarios-y-competitividad-(i)-, 25 de febrero de 2012).

La voracidad del gran capital se revela en las declaraciones del presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, cuando dice que el recientemente aprobado "rescate" de Grecia, el 21 de febrero de 2012, por un monto de 130 mil millones de euros, puede ser insuficiente y, quizás, se requiera de la implementación de un tercer paquete condicionado, sin embargo, a los resultados que arroje el segundo; es decir, de acuerdo como el gobierno implemente e imponga las medidas de superexplotación y austeridad social contra la población (El país on line: http://economia.elpais.com/economia/2012/02/25/actualidad/1330146234_949691.html. Y aquí las reformas regresivas y autoritarias desempeñan un papel central dentro de las estrategias patronales de recuperación de la crisis.

De esta forma, el mundo del trabajo está sometido a una profunda reestructuración y regresión social y laboral, que pone en jaque la posibilidad de que se mantengan las condiciones de trabajo y de seguridad social que mínimamente había garantizado el llamado Estado (capitalista y autoritario) de "bienestar social".

Lo que se asoma en el horizonte es que las políticas neoliberales y protocapitalistas seguirán profundizándose al ritmo en que se profundice la crisis, y en la medida en que se multipliquen y se hagan más complejas las problemáticas de la producción del plusvalor en el capitalismo contemporáneo.

Por todo ello, la respuesta de la clase trabajadora está por venir.

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