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lunes, 20 de diciembre de 2010

Reflexión sobre la transición al socialismo


Enrico Simonetti Rebelión

“En el campo teórico del marxismo no hay nada indiferente para la acción. Las divergencias más lejanas y, al parecer, “abstractas”, si se reflexiona a fondo sobre ellas, tarde o temprano se manifiestan siempre en la práctica, y ésta no perdona el menor error teórico”1. León Trotsky

La estratégica pregunta por la transición al socialismo

Aun a riesgo de exagerar, podemos afirmar que luego de las experiencias revolucionarias del Siglo XX, una de las preguntas más importantes que hay que hacerse desde la clase trabajadora y la izquierda es por aquellos intentos de construir sociedades superadoras al capitalismo. De forma escueta podemos resumir esta pregunta así: ¿qué es un Estado Obrero?.

Pienso que avanzando en la respuesta a esta pregunta los trabajadores pueden acercarse a clarificar cuál es su objetivo histórico: la sociedad socialista. Implica acercarse, también, a la comprensión por cómo debe ser la forma por la cual abrir un proceso de transición histórica hacia el comunismo. En términos dialécticos implica responder a la pregunta por cómo superar históricamente el capitalismo, hacia un nuevo ordenamiento de las relaciones sociales y las formas de vida.

Desde las primeras investigaciones de Marx, hace más de 160 años, se ha avanzado en profundizar la multiplicidad de determinaciones concretas que requiere un proceso de transición, partiendo de sus primeras definiciones generales. Marx, en textos dispersos, pudo dar bosquejos de cómo podría tomar forma la transición al socialismo. Y sacando conclusiones de los procesos sociales y políticos de su presente ideó que esa transición tendría que realizarse por medio de la conformación de un Estado Obrero, es decir: una dictadura democrática de los trabajadores. Aunque, por su puesto, no conoció una experiencia desarrollada de este concepto, la Comuna de Paris fue lo más concreto que llegó a observar y de la cual extrajo las conclusiones generales de la teoría del gobierno de los trabajadores.

Sin embargo desde Marx hasta nuestros días, los elementos para pensar este problema son mucho más ricos. Todo un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones, de crisis capitalistas y booms económicos, de guerras imperialistas y ascensos revolucionarios... son un inacabable caudal histórico de experiencia de la clase trabajadora en la lucha de clases. Muchos errores políticos se han cometido pero también muchos aciertos. Y ambos, combinados en un análisis materialista dialéctico, pueden darnos a luz una clarificación de uno los principales problemas de la revolución... mucho más aún cuando a nuestros ojos se está abriendo, retomando caracterización de Lenin, una nueva época de crisis, guerras y revoluciones.

¿Estatización y/o socialización de los medios producción?

I.

La pregunta por Estado Obrero, guarda en sí misma diferentes elementos que hay que pensar para responderla con la mayor integridad posible. En estas páginas se analizará uno de estos elementos, que se expresa en la disyunción entre identificar a un Estado Obrero por si los medios de producción están estatizados y/o por si están bajo administración de la clase obrera.

Con esta disyuntiva que se repite en los debates sobre el contenido de clase de un Estado Obrero se expresa la diferencia entre dos tareas políticas: la estatización de los medios de producción y la socialización de los medios de producción. Dos tareas que parecen, a primer vista iguales pero que pueden ser distintas y tenemos ejemplos históricos de esto. Pero antes definamos qué entendemos por “estatizar” y por “socializar”, siguiendo el método del materialismo dialéctico que plantea partir de lo general, es decir, de conceptos abstractos, para luego avanzar en la determinación de su contenido, que es complejo, vivo en contradicciones y dinámico. Así, habiendo profundizado en lo particular, en el proceso histórico, es que se vuelve necesario volver a la determinación conceptual, pero esta vez llena de contenido.

II.

¿Que entendemos por “estatización de los medios de producción”? La estatización implica el paso a manos del Estado de una parte o la totalidad de los medios de producción de una sociedad. Esto en general es hecho por la burguesía -en gobiernos nacionalistas o en crisis-, ya sea por medio de la compra de la empresa en cuestión o de la expropiación sin pago, cosa fuera de lo común. Gobiernos como el de Chávez realizan estatizaciones por medio de la compra de las empresas, pasándolas a control del Estado, dirigido por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Bajo otras coordenadas políticas, un gobierno como el de Obama también a realizado estatizaciones parciales de bancos o empresas (como General Motors), pero no para pasarlas al control total del Estado sino para darles a estas empresas capital líquido, comprándoles sus acciones devaluadas por la crisis a cambio de dinero por un valor más alto al del mercado. En el caso de este tipo de estatizaciones la intención es “salvar” a las empresas de la quiebra por medio de una estatización parcial y temporal.

Ambas estatizaciones se mantienen dentro de los reglas de intercambio de mercancías, son dentro del régimen capitalista. Son, entonces, estatizaciones de un Estado capitalista en relación con capitalistas particulares.

También, en la historia del siglo XX, ha habido estatizaciones de otra índole. Tanto en las revoluciones rusa, china y cubana, los gobiernos que tomaron el poder, estatizaron los medios de producción capitalistas, concentrándolos en manos del Estado. Fueron estatizaciones de clases y fracciones de clases no-capitalistas (obreras, campesinas, profesionales) en contra de la clase capitalista y su régimen de propiedad privada.

Pero la socialización de los medios de producción es un acontecimiento distinto, cualitativamente diferente, porque afecta no sólo a la propiedad de los medios de producción sino a las relaciones de producción en las que están inmersos. Y este es su rasgo distintivo fundamental.

A diferencia de la estatización, que puede ser realizada por cualquier clase social dominante en una sociedad, la socialización de los medios de producción es una tarea que sólo puede llevar adelante una clase social: los trabajadores.

Esto no se debe en lo esencia a que la clase obrera “no tiene nada que perder, más que sus cadenas”, lo que no es un aspecto social menor. La razón fundamental estriba, en cambio, en que es la clase que está frente a todos los medios de producción de la vida social de nuestra sociedad y los hace funcionar a diario. Son los verdaderos productores, hacedores, constructores de la sociedad humana. Y por esta razón, son los únicos que además de negar, de atacar, de oponerse a la clase dueña de los medios de producción, puede realizar una actividad revolucionaria, es decir, superadora. Dicho en otros términos: son los únicos que además de negar al capital pueden afirmar otro modo de producción basado en una relación económica y social en la que quién produce es el mismo que controla de forma directa los medios de producción. Una relación social de trabajo en la que no hay alguien que manda y no trabaja, sino en la que la mayoría trabaja y se organiza democráticamente para administrar y planificar la producción.2 Una sociedad en donde no existe el “despotismo de fábrica” típico de una régimen económico capitalista, es decir, de dictadura patronal en el lugar mismo de la producción.

Por tanto, la estatización de los medios de producción por parte de la clase trabajadora implica un principio de socialización de la economía que puede abrir una transición a una sociedad socialista. Tarea que ninguna otra clase social, por hallarse por fuera de las palancas fundamentales economía, tiene la capacidad objetiva de realizar.

Revolución obrera y revoluciones anticapitalistas

Lo referente a la estatización de los medios producción por distintas clases o fracciones de clase ya ha sido confirmado por la historia. Las variadas revoluciones del Siglo XX pusieron de manifiesto que es posible la expropiación de los capitalistas, su derrota como clase social dominante de una sociedad. La experiencia histórica mostró que es posible una revolución que termine con la propiedad privada de los medios de producción por medio de una acción de masas organizadas y movilizadas. Rusia, China y Cuba son los ejemplos más destacados expropiaciones y estatizaciones integrales de la economía capitalista de un país.

Todo el problema teórico y político surgió cuando varias corrientes del marxismo identificaron que en estos países, en donde se había expropiado a la burguesía, habían surgido “sociedades socialistas”. Esto sucedió cuando identificaron como el rasgo sobresaliente de una sociedad en transición al socialismo simplemente a la estatización de los medios de producción.

Esta fue la caracterización general de los Partidos Comunistas alineados a la URSS estalinista. Del lado del marxismo revolucionario, del trotskysmo, la caracterización más extendida fue que en estas sociedades habían surgido “estados obreros degenerados”. Esta caracterización la realizaban tomando como modelo la caracterización de la sociedad rusa realizada por Trotsky que planteaba que la contra-revolución stalinista había liquidado la democracia soviética reemplazándola por una dictadura burocrática. Pero, según los planteos de Trotsky, el régimen económico del Estado no había cambiado: seguía siendo en lo esencial un “Estado Obrero”. De esta manera Trotsky tendía a identificar los “restos del Estado obrero” en un elemento central producto de la Revolución de Octubre: la propiedad nacionalizada (estatizada) de los medios de producción. Es decir, el contenido o naturaleza de clase del Estado ruso era el mismo, “obrero”, pero su régimen político, su “superestructura política” no, estaba bajo control y administración de la burocracia, capa distanciada socialmente de la clase obrera.3

La tendencia de Trotsky a subrayar el carácter estatal de la economía como característica central del Estado obrero ruso le hizo descuidar una apreciación fundante del marxismo: que las relaciones de producción (la naturaleza de clase de una sociedad) determinan –de forma mediada y contradictoria- las formas de propiedad y la superestructura del Estado. Es decir, que no es posible, de forma duradera y orgánica, una sociedad en donde la clase dominante en la estructura económica sea una y la clase o grupo social dominante en el plano político sea otra. Trotsky sorteaba este problema teórico desechando el concepto de clase social para la burocracia soviética, adjudicándole la categoría de “capa social diferenciada” o “casta”. Así, la burocracia era una capa altamente privilegiada de la clase obrera, por fuera de su control y cada vez más separada de ella, pero nunca lo suficientemente como para convertirse en otra clase, distinta a ella y distinta de los capitalistas.

El curso histórico de la sociedad rusa confirmó la previsión que Trotsky se negaba a afirmar: que la burocracia soviética terminó por transformarse en una organismo social distinto a la clase obrera. Dando lugar en Rusia a una formación económica distinta al “Estado obrero con deformaciones burocráticas” (Lenin) y al “Estado obrero degenerado burocráticamente” (Trotsky). El proceso de contrarrevolución estalinista implicó en sus inicios una deformación, pero dio saltos de calidad importantes durante la Revolución Española -donde Stalin juega un papel abiertamente reaccionario- y luego en la Segunda Guerra Mundial, que coronó a la burocracia como la triunfante de la contienda frente al nazismo. Este triunfo la dotó de un prestigio y autoridad mucho mayor para completar su proceso de constitución como órgano de poder erigido sobre la clase obrera.

Durante los 80´ y 90´ el verdadero papel histórico de la burocracia quedó confirmado: finalmente se transformó en nueva burguesía rusa, mostrando a las claras que sus intereses se distanciaron a tal punto de los de la clase obrera, que se convirtieron en antagónicos, coincidiendo con los del capitalismo.

Por tanto, observamos que las burocracias que han dominado económica y políticamente estos Estados4 han mostrado que son incapaces de superar el régimen económico de dominación de clase, y abrir un proceso de transición hacia una sociedad sin explotación ni opresión. En este sentido, no podemos afirmar que se trataban de sociedades de transición hacia el socialismo, sino “sociedades transicionales”, en el sentido de que no pueden permanecer históricamente por mucho tiempo ni constituirse en un modo de producción alternativo al capitalismo. El caso de Rusia y China son expresión de eso.

El caso de Cuba se encuentra, en la actualidad, corriendo el peligro de la misma suerte. Pero antes, analicemos sucintamente de qué hablamos cuando hablamos de Cuba.

El caso de la Revolución Cubana

Pasando en limpio lo analizado antes se puede afirmar: la socialización no puede hacerse sin la estatización porque implica la concentración de los medios de producción bajo el control de la clase obrera en manos de su Estado. Pero es posible estatizar sin socializar los medios de producción. Como ya señalamos, este ha sido uno de los grandes problemas y límites de las revoluciones del Siglo XX. Aunque muchos analistas y teóricos de izquierda afirmen lo contrario, la Revolución Cubana no ha sido ni es una excepción. Veamos.

I.

Un primer acercamiento a una revolución puede hacerse preguntándose ¿qué clase social fue la hegemónica durante el período de la toma del poder?. ¿Y qué alianza de clases constituyó la fuerza social que derrumbó a la antigua clase en el poder y se coronó como la victoriosa?. Dos preguntas que parecen similares pero que son sustancialmente distintas. La primera se pregunta por el carácter social del Estado que alumbró la revolución. Mientras que la segunda lo hace por las clases y fracciones de clase que se beneficiaron con ella.

De forma esquemática, sin entrar en detalles, podemos precisar lo siguiente para el caso cubano. Que la revolución fue comandada por una organización política compuesta por sectores medios profesionales y campesinos, estructurados en una guerrilla. Mientras que esta organización revolucionaria se apoyó -se alió- con los trabajadores de la ciudad, por medio de la expropiación de la burguesía, redundando en un conjunto de beneficios sociales para los obreros.

¿Qué es, entonces, Cuba?, ¿Qué tipo de sociedad y de Estado dio lugar la Revolución de 1959 y su desarrolló posterior?, ¿un Estado Obrero?. ¿Cómo definimos, entonces, a un estado obrero?. Aquí quiero detenerme para polemizar con el planteo que hacen los camaradas del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), sección argentina de la Fracción Trostkista Cuarta Internacional (FT-CI). En sus publicaciones y en los debates que hemos mantenido sostienen la siguiente definición: que “un estado obrero se define por la expropiación de los medios de producción”, por la acción histórica de quitarle de forma violenta los medios de producción a la burguesía, que da lugar a un estado sin propiedad privada con una planificación económica. En el caso de Cuba, esta planificación es burocráticamente dirigida, pero como ”si se expropia, hay estado obrero”, el hecho de que el gobierno no lo ejerce la clase obrera es secundario en la caracterización de su contenido social. La revolución obrera se define, en lo fundamental, por la tarea de la expropiación.5

Pero, retomando la definición clásica del Manifiesto Comunista, un Estado obrero es “el proletariado organizado como clase dominante”. Es decir, cuando la clase obrera se apropia de los medios de producción, derrota al ejercito del Estado burgués y en ese mismo movimiento constituye su ejército propio. Esto, con todas sus contradicciones y matices, fue lo que ocurrió en Rusia en 1917. Es decir, un estado obrero es uno en el que es la clase obrera la que tiene el poder económico y militar, como producto de la expropiación de la burguesía y su derrota militar.

En la primera definición -que focaliza la cuestión en la expropiación- sólo se tiene en cuenta el aspecto negativo de la revolución (la desposesión de una clase, la burguesa), y se deja de lado el otro aspecto, igualmente necesario (la apropiación directa de los medios de producción por otra clase, la obrera).

Así, vemos que un estado obrero es producto de un movimiento dual, contradictorio, dialéctico: el movimiento de una clase negando y superando a la otra. Pero no la negación de una clase (la burguesa) por una alianza de clases entre la pequeña burguesía y el campesinado (como en Cuba), que dio lugar a un estado de una burocracia acomodada, viciada en privilegios, separada de la clase obrera, mientras la gran mayoría obrera y campesina cubana no manda ni gobierna, no tiene bajo su control los medios de vida. En un estado obrero, al contrario, es la propia clase obrera la que esta al mando de la economía y, por consiguiente, del estado en tanto régimen político.

II.

Retomando el debate entre estatización y/o socialización de los medios de producción, concluimos que la Revolución Cubana avanzó sólo en su estatización, expropiándolos a la burguesía. Sin embargo, en ningún momento avanzó en un proceso de control y administración obrera de la producción, que abra las puertas a su socialización. Es decir, no emprendió la construcción de un Estado asentado en los organismos de masas surgidos de la estructura económica de la sociedad cubana. El Estado revolucionario cubano realizó parcialmente las tareas planteadas en el programa transicional de la clase trabajadora... al estatizar la economía y abolir la propiedad privada. Auque no realizó, al no ser la clase obrera la hegemónica en el proceso revolucionario –aliada con el campesinado-, la tarea de generar las condiciones para abolir las relaciones sociales fundamentales que dividen a una sociedad entres clases.

Esta es, entre otras de importancia, la razón por la que luego de 50 años de revolución, se esté abriendo un proceso de restauración capitalista que cada día se vuelve más acelerado. Al constituirse, desde sus orígenes, una casta burocrática gobernante independiente tanto de la clase trabajadora como de la burguesía, sus raíces sociales son muy débiles, lo que tarde o temprano la pone en riesgo de sucumbir ante la presión imperialista mundial... si es que los propios trabajadores del campo y la ciudad cubanos y del mundo no defienden los elementos más progresistas de su sociedad, como la propiedad estatal y los beneficios sociales que implica, y logran frenar vía restauración capitalista.

De igual modo como en un país capitalista los marxistas defendemos la propiedad estatizada ante los intentos de la burguesía de privatizarla -como sucedió en Argentina a principios de los 90' o en la actualidad en Europa- planteamos de forma más categórica aún la defensa de la propiedad estatizada en la sociedad cubana que, pese a la burocracia restauracionista del Partido Comunista, sigue siendo mayoritaria.

En relación a esto, en lo tocante a la burocracia cubana se reedita el debate sobre la composición social de la burocracia en el stalinismo. Que la burocracia no sea una formación social ni orgánica a la burguesía ni a la clase trabajadora no significa que sea una clase social de nuevo régimen social completamente nuevo en términos históricos, y que la forma en la que se extrae la plusvalía a los trabajadores sea novedosa. Muy por el contrario, el régimen cubano, desde sus inicios, como el ruso como producto de la contrarrevolución stalinista a fines de la década del 30' y la sociedad china en manos de la burocracia del Partido Comunista Chino se identifican mucho más con sociedad capitalista que con un régimen social gobernado por la clase obrera. Y esta identificación estriba en el hecho de que tanto en Cuba como en cualquier sociedad capitalista del mundo persiste una división de clases sociales, y precisamente los trabajadores no se encuentran del lado de la clase dominante en términos objetivos. Esta comparación, por su puesto, no puede llevarnos a ubicar a la burocracia cubana en el mismo lugar político que la burguesía cipayo de Miami y el imperialismo.

Para la clase trabajadora cubana e internacional no es indiferente que el control de los medios de producción esté en manos de la burocracia estatal cubana que de la burguesía imperialista. Tener una mirada mecánica y simplista en cuestiones centrales como ésta puede ser un gran error de apreciación con su resultante política esquiva. Y de esto hemos podido aprehender de la caída del stalinismo que, de conjunto con la ofensiva del imperialismo en los 80´ y 90´, significó un golpe brutal para los trabajadores, abriendo un período de derrotas muy profundas para los oprimidos del mundo.

III.

El debate sobre un curso restauracionista en Cuba no es menor y preocupa el desinterés de la intelectualidad de izquierda por prevenir y denunciar estos intentos. Por ejemplo, es expresivo de esto, el menosprecio que Atilio Borón viene haciendo de esta posibilidad, subestimando el impacto negativo que el nuevo plan económico puede generar, aumentando cada vez más las grietas por donde penetrar el capital imperialista. Frases como

“Cuba se interna en un proceso de cambios y de actualización del socialismo (...). Lo que se intentará hacer es nada más y nada menos que llevar adelante reformas socialistas que potencien el control social, es decir, el control popular de los procesos de producción y distribución de la riqueza. El socialismo, correctamente entendido, es la socialización de la economía y del poder, más no su estatización. Pero para socializar es necesario primero producir, pues en caso contrario no habrá nada que socializar. Por lo tanto, se trata de reformas que profundizarán el socialismo”6.

Ahora bien, cuando analizamos las reformas encontramos que entre ellas se destaca el despido de 500.000 trabajadores del Estado!. ¿Es esta una reforma socialista de un Estado obrero?.

También se le suman medidas que buscan transformar a los trabajadores, hasta entonces del Estado, en cuentapropistas, buscando generar las bases para una nueva pequeña burguesía. El otorgamiento de parcelas de tierra para la explotación privada y el recorte en beneficios sociales esenciales. La descentralización de la administración económica, que implica un debilitando de la capacidad planificadora del Estado y el fortalecimiento de la iniciativa privada. Todas reformas muy distantes de “profundizar el socialismo”. Ni hablar el documento de avanzar en la administración y control efectivo de la producción, en la democratización de la base de poder del estado, sus empresas, sus tierras, sus instituciones productivas y sus organismos de organización política... hoy en día controlado por ejército y la burocracia del PCC.

Y todo esto sumado al criminal al bloqueo económico del imperialismo norteamericano, la crisis capitalista mundial que golpea sobre la Isla y la campaña internacional de la derecha mediática que puja por “democratizar” Cuba e “integrarla a la globalización”... es decir, sumirla en las fauces del capitalismo mundial.

La tarea de los trabajadores es la opuesta. Emprender un proceso de movilización anti-burocrático y anti-restauracionista que ponga bajo sus manos el control de la economía y el Estado.

La necesidad de un partido obrero y revolucionario

A raíz de estas cuestiones referidas al momento posterior a la toma del poder, se desprende que un partido obrero y socialista no tiene que prepararse sólo para la toma del poder del Estado, es decir, para la expropiación de la burguesía y la destrucción de su ejército. Sino que tiene que prepararse para la dirección de un futuro Estado Obrero, en lo económico y en la político.

En ese sentido es importante balancear que un problema fundamental de las revoluciones del Siglo XX ha sido la sustitución de los organismos de masas obreras (soviets, consejos) por partidos políticos de la revolución, en lugar de combinar la acción de ambos tipos de organizaciones, según las funciones específicas y necesarios de cada una. Esto llevó a que más que avanzar en la socialización de los medios de producción, avanzó sólo en su estatización.

Es decir, faltó un elemento central de una revolución socialista: su tendencia hegemónica a ir hacia el socialismo, a la socialización de los medios de producción. Esta tendencia sólo puede volverse hegemónica cuando hay una efectiva y conciente organización mayoritaria y democrática de la clase trabajadora en la estructura productiva y sobre el resto de la sociedad: un Estado obrero. Y esta tendencia sólo puede existir si una revolución tiene una de sus premisas socio-política fundamentales, que es ser hegemonizada por la clase obrera por intermedio de sus organismos de masas y su partido político socialista.

Por otro lado es preciso señalar que la hegemonía no es esencialmente la democracia en el régimen político. Es un problema de quién tiene el poder efectivo en la nueva sociedad que alumbra la revolución. Pero al tratarse de la mayoría social, la clase obrera no puede asumir el poder de la sociedad sino es actuando de forma masiva, por sí misma, a través de sus organismos de gobierno. Con estos organismos gestiona la planificación económica y ejerce su gobierno hacia el resto de la población, en beneficio de la población no obrera y popular y en contra de los resabios de la burguesía y sus expresiones políticas. Es, por tanto, un problema de régimen económico, de qué tipo de relaciones de producción y, por consiguiente de propiedad, están en la base de la nueva sociedad surgida de la revolución.

Para conducir esta tarea política de los organismos se vuelve imprescindible la estructuración de un partido político internacional de la clase trabajadora. Un partido que cumpla la función de dirección y orientación política para la lucha de clases, tanto para preparación de la revolución como para las tareas de transición al socialismo.

“Tomar el control de las fuerzas productivas”

En la lucha de la clase obrera, para liberarse a sí misma de la esclavitud asalariada, nunca se repetirá lo suficiente que todo depende de la clase obrera misma. La simple pregunta es ¿pueden los trabajadores capacitarse a ellos mismos, por medio de la educación, de la organización, de la cooperación y de la disciplina autoimpuesta, para tomar el control de las fuerzas productivas y de la dirección de la industria en el interés del pueblo y en beneficio de la sociedad? Esto es todo.

Marx. 1850

En esta frase se condensa, en resumen, la tarea que tiene por realizar la clase obrera. Es la única vía posible para encauzar un proceso histórico de transición al socialismo. La clase obrera es la única capaz de imprimirle una dinámica en ese sentido al desarrollo de las fuerzas productivas, porque el modo de producción sería realmente social, con su resultando sobre la vida en general. Esta posesión por los trabajadores de las fuerzas motrices de la sociedad es lo que hace socialista al modo de producción.

Al contrario: si no es social el modo de producción, si de hecho está controlado por alguna clase o grupo social externo a quienes son los trabajadores, el rumbo que tomará su desarrollo no es hacia una sociedad socialista, sino es que media una revolución obrera o una restauración capitalista.

Cualquier otra clase o estrato de una clase que realice la tarea de la expropiación de la burguesía conformará un tipo de sociedad contradictoria, con elementos propios del capitalismo, como la explotación del trabajo asalariado y la división entre productores directos del proceso de trabajo y quienes lo gerencien y controlen. Pero bajo ningún concepto una sociedad donde los trabajadores “hallan tomado las fuerzas productivas”.

Este ha sido el destino de las revoluciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial: fueron revoluciones contra el capitalismo en lo inmediato, puesto que expropiaron a la burguesía... pero en lo mediato, tras un breve período histórico, avanzaron en la restauración del capitalismo. Fracasaron en construir un modo de producción alternativo y superador, negándolo parcialmente para luego terminar afirmándolo.

En conclusión, para afirmar la definitiva disolución del capitalismo hay que trabajar por una verdadera revolución socialista, tras el rumbo de la movilización revolucionaria de la clase obrera.

Conclusión sobre la libertad del hombre y su rumbo histórico

De entre todas, “la libertad” es sin dudas una de las preocupaciones fundamentales del hombre. Desde el punto de vista del materialismo dialéctico, es la capacidad de autodeterminarse. Esta preocupación no ha surgido como producto del ocio de un grupo de intelectuales de las clases dominantes, sino de los hombres primitivos que estaban dejando de ser simples monos para aventurarse en otra forma animal, más compleja e independiente con respecto a su medio. Esta preocupación la tuvieron por primera vez los hombres que trabajaban, los primeros hombres. Es decir, el hecho de empezar a trabajar puso el primer escalón para independizarse de la naturaleza y convertirse en lo que hoy somos.

Pero entre esos hombres primitivos y nosotros modernos media un desarrollado histórico de miles de años. En el medio el hombre se independizó de la naturaleza pero sólo a costa de someterse a otros hombres. A una minoría insignificante que, hoy, se denominan capitalistas. Esta dependencia de la mayoría de la humanidad de una minoría, esta subordinación universal de los trabajadores a los capitalistas no sólo se ha vuelto una calamidad brutal para el hombre sino para la naturaleza en donde habita.

Al hombre, por tanto no le queda más razón de ser que abolir su condición de explotado y liberarse completamente de sí mismo, e iniciar un nuevo período histórico de autodeterminación sobre sí y sobre su entorno. El problema filosófico y político es entonces como “mediar” históricamente entre el hombre de hoy y el hombre del mañana, y por lo tanto cuál es entonces el tipo de sociedad necesaria entre ambas formas determinadas de humanidad.

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