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jueves, 25 de febrero de 2010

PODER ADULTO y Poder Opresor


Iñaki Gil de San Vicente Kaos en la Red

¿QUÉ ES EL PODER OPRESOR?

Estamos acostumbrados a hablar del poder de la burguesía sobre las clases trabajadoras, del poder de los Estados que oprimen y explotan a los pueblos como es el caso de los Països Cataláns, del poder de los hombres sobre y contra las mujeres, del poder de la civilización eurocéntrica, blanca y cristiana, sobre otras culturas y civilizaciones que definimos como “de color”, “subdesarrolladas”, “atrasadas”, etc. Intuimos que estos y otros poderes extraen algún beneficio de la opresión a la que someten a las personas y colectividades que explotan y dominan, sean las que fueren. Algún beneficio económico, político, cultural, sexual, etc., suficientemente grande que les compense los gastos en instrumentos de represión que deben realizar para mantener ese poder tan beneficioso. Por ejemplo, algún beneficio debe obtener la burguesía española y su Estado con la opresión nacional de los Països Cataláns como para mantener en funcionamiento toda la maquinaria que lo asegure y, además, para después de todo esos gastos y después de realizadas todas las cuentas, éstas aporten una cantidad neta y “limpia” de ganancias económicas. Las y los catalanes ya habéis demostrado fehacientemente, con números irrebatibles, cuántos millones de euros se embolsan gratis, netos y “limpios” la Hacienda española y su burguesía con la explotación nacional que sufrís.


Otro tanto, en síntesis, sucede con el resto de los poderes opresores, aunque exploten y dominen a otros colectivos y personas. Más aún, debemos saber que los beneficios obtenidos, siendo y buscando serlo sobre todo económicos en su forma directa, crematística, también son y pueden serlo en su forma indirecta, es decir, que si bien al principio se presentan como, por ejemplo, materias primas brutas, petróleo en crudo, etc., luego, al transformarlas, usarlas o venderlas producen beneficios económicos directos, materializados en dinero contante y sonante o en cualquiera de sus maneras actuales de circular por los mercados, desde oro y diamantes que terminan guardado en las cajas fuerte hasta dinero-electrónico guardado en las computadoras de los bancos. Siendo ésta la principal finalidad de la explotación, también sucede que los beneficios que genera se plasman de manera más indirecta, mediante el arte, la cultura y los museos saqueados a los pueblos vencidos, por ejemplo, o mediante la directa y física explotación sexual de sus mujeres y de algunos de sus jóvenes, que rápidamente se transforma en la explotación sexo-económica de la prostitución, una de las formas más inhumanas de esclavizar al ser humano; o mediante el reforzamiento psicopolítico de masas del nacionalismo imperialista del Estado ocupante, en este caso del nacionalismo español que aliena a las clases trabajadoras de ese Estado.

Por tanto, el poder opresor es el concepto que expresa teóricamente el conjunto de medios materiales e ideológicos que un grupo opresor emplea para obtener un beneficio mediante la explotación y dominación de la gente trabajadora, de las mujeres, de las clases y naciones explotadas y oprimidas. Como veis, hablamos siempre de “poder opresor” en vez de “poder” a secas porque el “poder” en abstracto no existe, como no existe la “democracia” en abstracto ni la “política” abstracta. La sociología hace esfuerzos ingentes por demostrar la existencia del “poder”, de la “democracia”, de la “política”, como algo inmaculado, como instrumentos neutrales que pueden ser aplicados mediante la “ley”, la “justicia” y el “parlamento”, y totalmente ajenos a la realidad objetiva de la opresión, explotación y dominación de la mayoría por la minoría. Pero todo poder es opresor o liberador, del mismo modo que toda democracia es o bien capitalista o socialista, burguesa o proletaria, machista o feminista, española o catalana, imperialista o internacionalista; al igual que la política es reaccionaria o revolucionaria, conservadora o progresista, española o catalana.

Cualquier “teoría”, debate o discusión abstracta sobre el “poder”, la “política”, la “democracia”, etc., sin contenido social interno que refleje la lucha de contrarios que siempre se libra en toda sociedad basada en la propiedad privada de las fuerzas productivas, es un debate y discusión tramposa, es una “teoría” falsa, hueca y sin contenido científico-crítico alguno destinada a legitimar los intereses de la minoría, necesitada de falsear u ocultar la realidad. La sociología, por término medio y además de rechazar la unidad y lucha de contrarios entre los poderes antagónicos, también y sobre todo desconecta su “teoría” sobre el “poder” abstracto de la realidad de la explotación económica y de la dominación cultural e ideológica. Semejante amputación de la realidad socioeconómica, política y cultural que funciona como un todo pese a las diferencias de ritmo de sus partes constitutivas internas, esta separación e incomunicación de sus componentes, aislándolos unos de otros y negando su permanente interacción e influencia mutua, tal error es una necesidad de la “teoría” sociológica para ocultar o negar el papel central y decisivo a la larga, en el tiempo prolongado de la historia, de la explotación económica.

La explotación económica vertebra a los demás componentes de la totalidad social, y define a dicha totalidad en sí misma, aunque a corto plazo, en períodos temporales de pocos años, no pueda apreciarse con facilidad su peso determinante porque la dominación cultural e ideológica y la opresión sociopolítica parece que actúan libres de toda ingerencia económica. De hecho, la dominación cultural, que busca alienar e idiotizar a las personas, sumiéndolas en la pasividad y en el egoísmo individualista, y la opresión política que busca impedirles toda acción política liberadora y crítica, ambas, como decimos, actúan externamente como si no dependieran de los intereses socioeconómicos de la minoría explotadora. De hecho, la máquina propagandística burguesa y su “ciencia social”, la sociología, hacen esfuerzos desesperados por ocultar su dependencia interna hacia lo económico. Las dos tienen mayor o menor autonomía relativa sobre todo en los períodos de expansión económica en los que no aparecen claramente las contradicciones internas del capitalismo, sus crisis profundas. Pero esa relativa autonomía desaparece cuando aparecen las crisis, cuando la burguesía endurece la explotación, reduce salarios, incrementa el paro, empeora las condiciones de vida y de trabajo, etc. Es en estos momentos cuando la opresión y la dominación aparecen como lo que son: las muletas imprescindibles de la explotación socioeconómica.


2.- ¿QUÉ ES EL PODER ADULTO?


Los conceptos aquí expuestos tan básicamente son necesarios para entender mejor qué es el poder adulto tanto en su especificidad como en su vital imbricación en la totalidad social basada, en último instancia, en la explotación socioeconómica. Lo específico del poder adulto, y lo que explica su aparente inexistencia, es que las personas lo sufren cuando no tienen conciencia de sí, autoconciencia y capacidad crítica, o cuando la tienen muy poco desarrollada, incipiente, porque están en la adolescencia, fase intensa, corta y rápida en la que se agolpan masas ingentes de nuevas experiencias e informaciones exteriores con cambios psicofísicos internos todo ello en medio de tensiones generacionales. En estas condiciones resulta muy difícil cuando no imposible tomar conciencia de sí ya que, además, la juventud debe seguir abriéndose a nuevas realidades e integrarlas en la medida de lo posible en una vida que se vive mecánicamente como un torbellino que arrastra a la juventud hacia los destinos predeterminados en sus grandes líneas por la sociedad burguesa.

El poder adulto es el poder concreto que garantiza al sistema establecido la producción en serie de dócil fuerza de trabajo explotable en su momento. El poder adulto integra a la familia y a las instituciones educativas y de control social encargadas de producir esa fuerza de trabajo mediante una tarea que empieza antes incluso del nacimiento oficial de la persona. El poder adulto, como todo poder, es un proceso en desarrollo supervisado por los aparatos de Estado y por los sistemas paraestatales y extraestatales. Por ejemplo, el debate permanente entre por un lado, l PP, la Iglesia, y las burguesías autonomistas y regionalistas, y por otro lado, el PSOE y grupos socioculturales reformistas, refleja las diferencias internas en la burguesía en lo tocante a la creación de “ciudadanos de bien”, de “buenos españoles”, de “trabajadores cualificados”, de “prevención de la delincuencia”, de “prevención sanitaria”, etc. En estos debates que se endurecen en determinados períodos y nunca acaban, intervienen los aparatos de Estado, organizaciones “laicas” fieles a la Iglesia, ONGs, “asociaciones de padres” y un largo etcétera.

Los programas educativos y universitarios, las inversiones en sanidad, educación sexual y prevención de la “delincuencia juvenil”, la planificación familiar y la política hacia el aborto y el divorcio, la política a favor o en contra del trabajo doméstico y del trabajo asalariado de las mujeres, todo esto y mucho más, atañe a la permanente inquietud de la clase dominante, de la burguesía, por asegurar en la medida de lo posible la reproducción de, por un lado, una generación de buenos y efectivos dirigentes burgueses y, por otro lado, una clase trabajadora sumisa y apta para las nuevas necesidades de la producción capitalista. Nada permanece al margen de esta inquietud burguesa por el futuro, ni siquiera la cuestión de las pensiones, de las jubilaciones y de los modelos de familia que deben absorber y desactivar las tensiones que inevitablemente surgirán con el tiempo. Existe una lógica interna entre la educación infantil, el modelo familiar y la política de pensiones que no podemos desarrollar ahora, pero que tiene en el poder adulto uno de sus eslabones autoritarios más sólidos.

Pues bien, el Estado como “cuartel general” de la clase burguesa es igualmente decisivo en la planificación global de la reproducción de las condiciones de explotación, en la que hay que introducir al poder adulto como una pieza clave. Todos los problemas que surgen en y durante la formación de las futuras clases explotables tienen su correspondiente análisis estatal y éste su adaptación más o menos rápida al quehacer del poder adulto. No vamos a extendernos por obvio sobre el problema educativo, que no es otro que el de la cualificación laboral para aumentar la productividad del trabajo. El poder adulto vigila con mayor o menor presión y detalle, pero vigila, los resultados de los estudios y de la formación laboral de la infancia y de la juventud. Si por lo que fuera, los padres no realizasen la suficiente presión, el Estado ha creado los mecanismos necesarios para compensar esa indiferencia y dejadez paterna hacia sus deberes para con las necesidades estratégicas del capitalismo. Mecanismos más efectivos dependiendo de la clase social, del sexo-genero y de la pertenencia nacional de los afectados, de modo que la juventud burguesa masculina y de la nación opresora, en este caso de la española, tiene más posibilidades y ayudas de “triunfar” en la vida que las que tiene una joven catalana de clase obrera.

El poder adulto dedica tanta atención a “los estudios” --la preparación técnica de la fuerza de trabajo para que rinda el mayor beneficio a la burguesía--, porque, además, el poder adulto asume que su propio bienestar material y simbólico futuro depende en gran medida de la rentabilidad global que extraiga del trabajo de sus hijos e hijas, de “colocarlos bien” en un “buen trabajo” y en un “buen matrimonio”. En las sociedades precapitalistas, agrarias, ganaderas y de producción artesanal, preindustrial, el futuro del poder adulto se garantizaba mediante muchos hijos e hijas que, con su trabajo, aportaban los recursos imprescindibles. En la sociedad capitalista en su fase industrial y dependiendo de la lucha de clases, la seguridad social, los salarios indirectos y las prestaciones públicas suplen de algún modo siempre incierto e inseguro, las necesidades de la vejez. La realidad capitalista advierte a las clases trabajadoras, a las mujeres y a las personas de la tercera edad que su futuro último siempre es incierto, siempre depende del egoísmo burgués, y que si quieres garantizarse unas mínimas condiciones de vejez tras una mala vida explotada, debe luchar y pelear o cargar su vejez sobre sus hijas e hijos. Semejante incertidumbre y precariedad vital cobra mayor gravedad en las naciones oprimidas, sometidas a la voluntad del Estado opresor, carentes de los medios de planificación propia.

Al margen del “amor” cierto e innegable que madres y padres sientan hacia sus hijos e hijas --sería necesario aquí extendernos sobre el denominado “instinto maternal” como ideología patriarco-burguesa, pero no tenemos tiempo--, lo que es verdad es que por debajo y en interior de los sentimientos paterno-filiales rigen fuerzas inconscientes centradas en la objetividad histórica de la “mente mercantil”, es decir, de la personalidad y de la estructura psíquica de masas creada por el capitalismo como relación social cosificada que reduce a las personas y a sus sentimientos más sublimes a simples mercancías. Peor todavía, ese “amor” cierto es mayoritariamente vivido y sentido desde los parámetros burgueses, lo que cierra el círculo de la obsesión del poder adulto, de los padres, porque sus hijos “triunfen” en la vida. Los métodos del poder adulto variarán según los casos, según las disponibilidades económicas de la familia, etc., pero a grandes rasgos no tienen otro objetivo que el de, por un lado, invertir en la cualificación de la descendencia como garantía de futuro; por otro lado, entender esta garantía en su sentido material y de prestigio familiar y, por último, cumplir con la exigencia social interiorizada como “deber moral” burgués anclado en el inconsciente de asegurar la reproducción del capitalismo.

Son estos factores los que explican que muchas madres y padres sientan amargamente que han “fracasado en sus vidas” al no haber logrado estos objetivos tal cual les fueron impuestos en su infancia por el poder adulto que padecieron ellos. Los padres proyectan sobre hijos e hijas sus deseos y anhelos, sus sueños inalcanzables, y cuando éstos no cumplen esos mandatos los padres se sienten defraudados, y ese amargor se suma a sus frustraciones, a sus derrotas vitales. El deslizamiento imparable hacia el “fracaso vital”, a la resignación derrotada y pasiva, que abre la puerta a la derechización y al racismo, se acrecienta en la medida en que van enfriándose las relaciones sexuales y amorosas, en que la institución matrimonial y familiar aparece como lo que es: la cárcel de los sentimientos verdaderamente humanos. Las tensiones interpersonales, los reproches mutuos, los celos y las relaciones sexuales extramatrimoniales hipócritamente denominadas “infidelidades”, y hasta la violencia machista intrafamiliar, el alcoholismo y la drogodependencia abierta o soterrada, la precariedad vital inherente a la dictadura del salario, semejante realidad oculta oficialmente bajo el mito del “dulce hogar” no hace sino acelerar la tendencia al endurecimiento del poder adulto.

No debe sorprendernos por tanto que los padres vigilen muy atentamente las amistades y las relaciones personales de sus hijas e hijos, sobre todo cuando pueden chocar con la ley sean en su forma de delincuencia civil, sea en su forma de represión sociopolítica, sindical, cultural y patriarcal. Dejando por falta de tiempo la primera vigilancia, sí tenemos que decir que la vigilancia sobre los primeros pasos en la vida política de hijos e hijas está causada por el miedo a que “meterse en política” termine arruinando, por un lado, la inversión en tiempo y dinero realizado en el hijo, en sus estudios y en la búsqueda de un “buen trabajo”, y por otro lado, aunque a una cierta distancia, el cuidado puesto en el “buen nombre” de la familia. El miedo al “qué dirán” que tiene el poder adulto no responde sólo a los restos de las viejas costumbres preburguesas de “honor y fama” sino fundamentalmente a que en la sociedad capitalista también el “buen nombre” pesa a la hora de las relaciones personales que facilitan encontrar un buen puesto de trabajo, sobre todo entre la burguesía en cualquiera de sus fracciones. La “familia seria” aunque sea trabajadora y no solamente “buena familia”, tiene más posibilidades de “colocar bien” a sus hijos e hijas que las “malas familias”, diferencia que puede garantizar una mejor calidad de vida --dentro de los parámetros burgueses-- a los padres en su vejez.

Del mismo modo, el control de la vida sexual de las hijas e hijos, por este orden de valor, debe insertarse en el control adulto que tiende por necesidad a ser total, aunque nunca lo logre plenamente. Si bien es verdad que las grandes áreas urbanas, la relativa facilidad del transporte, la extensión del espacio productivo y sus crecientes distancias, las luchas feministas y sexuales, los cambios en las formas de la familia, estos y otros cambios permiten formas de vida sexual menos reprimidas e hipócritas que las anteriores, siendo esto cierto, tampoco tenemos que cometer el error de aceptar el catastrofismo de la derecha patriarco-burguesa más reaccionaria y clerical sobre la “depravación” de las costumbres y de la moral, sobre la “perdición de las mujeres” y el hundimiento de la “sagrada familia”. Por el contrario, el sistema patriarco-burgués está lanzando una contraofensiva antisexual generalizada que tiene varios frentes entre los que destaca reducir las posibilidades de trabajo asalariado, en empresas, obligando a las mujeres a pudrirse en el “dulce hogar”. A la vez, se endurecen las exigencias de “buena fama” y de imagen física, que no solamente de preparación profesional, que las empresas ponen a las mujeres para se admitidas.

La contraofensiva patriarco-burguesa tiene uno de sus argumentos más efectivos en el fracaso de la prevención de las enfermedades venéreas y del VIH-Sida, en especial. Muchas madres y en menor medida los padres, son bastante manipulables por esta propaganda vaciada de todo contenido científico y pedagógico, de manera que trasladan al interior de sus familias tanto sus propios miedos y temores, que se refuerzan con los miedos al placer y a la libertad sexuales que les inculcaron a ellas en su infancia y adolescencia, como sus preocupaciones por el riesgo de que las hijas queden preñadas e infectadas por esas enfermedades. La vigilancia sobre los amigos y amigas de las hijas, sobre sus formas de diversión, los locales que frecuentan y las gentes con las que se relacionan, estas inquietudes, pueden llegar a ser absorbentes sobre todo cuando se suceden los suspensos en los exámenes, aumenta la tensión e incomunicación en la convivencia familiar, etc. Sucede otro tanto, pero a diferente escala, en lo relacionado con la vigilancia sobre los hijos, fundamentalmente porque no corren el riesgo que quedarse preñados y porque no existe el problema del aborto.

El poder adulto, para ir concluyendo, aparece así como un instrumento vital en la continuidad del sistema dominante. Todo lo anterior no quiere decir que no existan familias y padres y madres progresistas y hasta revolucionarias, que han asumido el proyecto de crear personas libres, críticas e independientes. Las hay, pero dejando ahora de lado las que están en la cárcel, en el paro y en grupos organizados, el resto han de mantener una heroica lucha digna de todo apoyo material y moral.

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