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miércoles, 17 de febrero de 2010

Para dialogar con los jóvenes...

Fortalecer el diálogo con los jóvenes conduce a superar dificultades en el presente y a garantizar el porvenir...
Graziella Pogolotti | Juventud Rebelde

Cuentan que Raúl Roa, interrogado a inicios de la década de los 50 por un grupo de estudiantes acerca de la diferencia entre los de ese tiempo y los participantes en la Revolución del 30, respondió: «Los jóvenes siempre son los mismos, lo que cambia son las circunstancias». Raúl Roa fue, además del inolvidable Canciller de la Dignidad, un extraordinario maestro. Más allá del aula, a la salida de sus clases, en la entonces Plaza Cadenas, seguía conversando con los numerosos jóvenes que lo rodeaban. Su evocación viva de acontecimientos, anécdotas y personajes sembró ideas que contribuyeron a conformar el ideario de quienes asumirían la lucha contra la tiranía de Batista.

La referencia parece necesaria en los días que corren, cuando actitudes y comportamientos de muchos jóvenes defraudan las expectativas de sus mayores. El enrarecimiento del diálogo necesario puede tener consecuencias muy negativas. Me propongo despejar el tema del anecdotario coyuntural para tratar de abordar, a reserva de investigaciones de mayor aliento, las causas del fenómeno.

Un primer acercamiento exige despojar el término «juventud» de su contenido generalizador y, por lo tanto, abstracto. Demasiado extenso, el rango de edades incluye adolescentes, alumnos de la educación superior, trabajadores de las más variadas ocupaciones y, también, hay que reconocerlo, sectores marginalizados, renuentes a incorporarse al estudio y al trabajo. Esta generación ha crecido, sin embargo, en circunstancias similares. Son los hijos del período especial. Conocieron de cerca la penuria material, el aumento de las desigualdades, el deterioro de la educación, la crisis de los modelos de conducta en el entorno familiar y en el medio social a su alcance, el quebrantamiento de las expectativas de porvenir forjadas por la Revolución. Asistieron al renacer de la picaresca en la psicología del luchador, mientras la disponibilidad de recursos económicos en moneda dura ofrecía el bienestar material y, aún más, el acceso a una recreación privilegiada en el ámbito turístico. Ante la incertidumbre respecto al futuro, prevalece el interés por disfrutar a plenitud el presente. Para muchos, la difícil situación de la vivienda constituye un obstáculo objetivo para consolidar un hogar propio estable.


Es obvio que la estrategia del imperialismo apunta a la subversión mediante el deterioro de las condiciones de la vida material y la clausura de un futuro posible. Pero el trabajo de los servicios de inteligencia es más sutil que la retórica de los voceros del sistema. Tiene en cuenta los sectores vulnerables y ha prestado siempre interés particular a los jóvenes universitarios y, dentro de ese sector, a aquellos que manifiestan condiciones para un liderazgo potencial. Lo sé por experiencia propia desde que, mucho antes del triunfo de la Revolución, bajo los gobiernos auténticos, estudiaba en la Universidad. Mi ficha personal, confeccionada por la CIA, destacaba mi despliegue de actividad, mi capacidad para influir sobre los demás. Mi experiencia personal como estudiante y como profesora que nunca ha perdido el vínculo con la Universidad sirven de base para mis consideraciones acerca de las vías para establecer un diálogo productivo con los jóvenes universitarios. Mi premisa fundamental es que nuestro proyecto de vida (todos lo tenemos, aun en las circunstancias más difíciles) debe articularse al proyecto social de la Revolución.

Una tradición arraigada en nuestra práctica política en la base contrapone el activismo al llamado «docentismo», soslayando que la autoridad inmanente y, por ende, la capacidad de influir sobre los demás, dimana de la credibilidad sustentada en la conducta personal y en la solvencia intelectual de la argumentación. Julio Antonio Mella fue un intelectual de cuerpo entero y José Antonio Echeverría, antes de entregarse por entero al combate frente a la dictadura, impulsó las concepciones más avanzadas en el campo de la Arquitectura. Por lo demás, el espíritu crítico no debe identificarse mecánicamente con posiciones contrarrevolucionarias. En muchos casos, está orientado a mejorar lo existente. Aun cuando provenga del error o de falta de información, debe atenderse de manera desprejuiciada, procurando respuestas pertinentes, según la especificidad del problema planteado.

En la formación de los jóvenes universitarios es importante la influencia de las organizaciones políticas y de los claustros. La UJC y la FEU requieren fortalecer sus respectivas identidades. Muchos militantes ingresan a la UJC en edades muy tempranas, sin tener clara conciencia de lo que significa en términos de compromiso individual. Las reuniones internas se reducen con frecuencia a actos formales para el cumplimiento de las normas establecidas. La FEU es el ámbito para proyectar el «yo sí puedo» de la masa estudiantil. Es una vía para canalizar inquietudes e intereses, para concretar la posibilidad de participación indispensable para afianzar el sentido de pertenencia, para asumir deberes y responsabilidades, para comprender orgánicamente que la Revolución es de todos porque la hacemos entre todos.

Sin embargo, en el aula se desarrolla lo fundamental de la vida universitaria. Por eso, la consolidación de los claustros es decisiva. El período especial dejó huella en el profesorado. Una política de congelamiento de plantillas impidió sustituir a quienes causaron baja por fallecimiento o jubilación. De modo que, ahora, entre quienes bordean el retiro y los egresados recientes, existe el vacío de una generación intermedia. La superación de los jóvenes, mediante el acceso a la investigación y a los grados científicos, requiere constituirse en prioridad, por cuanto el desarrollo de un profesor universitario exige la maduración de los conocimientos y un afianzamiento de su autoridad inmanente. Su influencia en el plano ideológico se ejerce no solo a partir de principios generales de política nacional e internacional, sino también en el campo específico de las materias de estudio. Actualmente, en el caso de la cultura, la batalla es relevante y compleja.

Del mismo modo, la enseñanza de la historia y del marxismo requiere atención particular. Para que resulte verdadera «maestra de la vida», con repercusiones en el análisis de la realidad actual, la historia no puede reducirse al relato de una serie de acontecimientos gloriosos. Implica su comprensión en términos de procesos, incluidas las contradicciones que le son inherentes. La acción que condujo al triunfo de la Revolución no fue un acto de voluntarismo. La estrategia diseñada por Fidel Castro respondió a la asimilación lúcida de los problemas y demandas acumuladas a lo largo de la república neocolonial. Después de haber tomado el poder, los ajustes de orden táctico nacieron del enfrentamiento a problemas internos e internacionales. En la actualidad, esas dificultades no han cesado y el abordaje de su solución exige conciliar el realismo con la fidelidad al proyecto socialista.

La enseñanza del marxismo ha pasado por distintas etapas en nuestro país. En una primera fase, se apeló a la lectura directa de textos esenciales de los fundadores. Se estableció luego un programa único con el apoyo de muy conocidos manuales soviéticos. Más apegada a la letra que al espíritu, esta fórmula dio lugar a un estudio memorístico, dogmatizante, ajeno a una real aplicación al análisis de la realidad. Se perdió de vista la esencial dialéctica histórica, abierta a las necesidades impuestas por circunstancias imprevistas y a los cambios producidos en el desarrollo del capitalismo, tal y como lo comprendieron en su momento Lenin y el propio Fidel. El marxismo no nos entrega un recetario, sino un método para la comprensión de las contradicciones vigentes en la sociedad en contextos tan alejados de la Europa del siglo XIX como los de la América Latina contemporánea y el papel que hoy corresponde a los movimientos indígenas y a los aún más heterogéneos movimientos sociales. Reducido a un formulario, el marxismo se convierte en discurso abstracto, pierde credibilidad, produce rechazo y pierde validez para el análisis crítico de los problemas de la sociedad.

La revolución tecnológica contemporánea favorece la generación constante de imágenes e información. El empleo de fórmulas comunicativas eficientes, derivadas de las técnicas del marketing impone gustos, valores y necesidades, a la vez que viste de credibilidad un mensaje cada vez más manipulado. Es imposible cerrar fronteras a esta avalancha y, por otra parte, inscritos como estamos en la era de la globalización, tenemos que sustentar el debate ideológico en una información de amplio horizonte, veraz y creíble. El destinatario de hoy no es el de hace medio siglo. La población cubana ha alcanzado un nivel de instrucción mucho más alto. Para nosotros, la información, a diferencia de lo que ocurre en los medios internacionales, debe constituirse en vía para el ejercicio del pensar. Nuestro mensaje no puede ser reiterativo. El abordaje de las noticias no puede reducirse al lead propagado por las agencias. El universo informativo no puede limitarse a algunos aspectos de cuanto sucede en Estados Unidos y a lo que transcurre en los países que son nuestros aliados más cercanos. Órgano oficial del Partido, Granma tiene que respetar en su línea editorial algunos compromisos de la política exterior cubana. Pero otros espacios pueden atender cuestiones críticas en territorios que mantienen con Cuba buenas relaciones diplomáticas y comerciales.

La información nacional requiere un cuidado particular. No vivimos en el mejor de los mundos posibles. El ciudadano de a pie y, sobre todo, el sector juvenil, percibe con fuerza las dificultades de la vida cotidiana y advierte también, en lo más concreto de la inmediatez, aquellas que se derivan de nuestras propias insuficiencias, tales como la desidia, la incompetencia, la corrupción y el soborno a los funcionarios públicos. Sin hiperbolizar las manchas, estas deben someterse a crítica. En este terreno, más que en ningún otro, los señalamientos concretos tienen que sustituir las generalizaciones abstractas. Acorralar las deficiencias contribuye a la credibilidad de los logros.

Fortalecer el diálogo con los jóvenes conduce a superar dificultades en el presente y a garantizar el porvenir. Ofrecer una carta de confianza, tender puentes hacia una relación constructiva, no implica «blandenguería» o dejación de principios irrenunciables. Hay que despejar la atmósfera de interferencias subjetivas. En pleno desarrollo biológico y psicológico, los jóvenes tienden a ser inconformes, desafiantes, a dejarse llevar por el espíritu grupal, a afirmar su personalidad mediante rasgos de conducta o de vestuario. No siempre los más dúctiles resultan los más confiables.

El trabajo político y la sedimentación de valores se concretan en la persona humana, cuyo crecimiento es el objetivo último de la Revolución. Referencia necesaria, los modelos históricos deben hacerse reconocibles también en la conducta de quienes forman parte del entorno inmediato de cada cual: familia, maestros, cuadros. De la misma manera, la noción de patria, de acuerdo con la raíz etimológica de la palabra, se construye a partir de las vivencias inmediatas de cada cual, de acuerdo con un proceso a la vez intelectual y afectivo. Nacen en el barrio, en la escuela, en el sitio de labor. Se van haciendo a través del amor por las cosas que se construyen con las propias manos y con el ejercicio de la inteligencia. De ese modo se forja el sentido de pertenencia, eslabón inicial de la noción más ancha de la patria. Y es la razón por la cual la participación consciente, no instrumentalizada, es clave fundamental del socialismo, lo que marca su diferencia respecto a los sistemas sociales precedentes. La participación no se define por la respuesta disciplinada a las tareas encargadas por cada momento. Esa disposición debe existir en situaciones de emergencia, pero no se sostiene en el transcurso de la cotidianeidad. Participar implica conjugar los sueños, el sentido de la vida, las expectativas de presente y porvenir en el más amplio proyecto social, así como potenciar las iniciativas propias hacia la superación de las dificultades y la modificación tangible del contexto inmediato. En esa acción se integran conjuntamente compromiso y responsabilidad.

La capacidad de escuchar convierte la relación con los jóvenes en diálogo interactivo, basado en la confianza mutua, ajena al peligroso germen de una doble moral. En ese vínculo entra en juego el papel del individuo, con frecuencia satanizado como fuente de individualismo, su expresión hiperbolizada y corruptora de la conducta humana. Por lo contrario, la restauración de una dialéctica productiva entre la persona y la sociedad, con la asunción consciente de la interdependencia entre ambas, es el antídoto más eficaz contra las tentaciones de egocentrismo y contribuye a dinamizar los esfuerzos en beneficio común desde la célula primordial en la familia, la escuela, el trabajo, la comunidad y las organizaciones de masas.

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