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lunes, 2 de noviembre de 2009

¿Rebeldes sin causa?


Somos Jóvenes

Para algunos padres y maestros, ciertas instituciones sociales, y determinados investigadores de las ciencias médicas y pedagógicas, a lo largo de los años la adolescencia ha sido vista, a ratos, como la rebeldía encarnada.

Se dice que los adolescentes son rebeldes sin causa, nunca están de acuerdo con las normas, se sienten desajustados en los espacios propios y comunes; en fin, que son un dolor de cabeza
.
Lo cierto es que este manejo, desde lo cultural, ha filtrado la manera de pensar de varias generaciones de padres, a quienes se les ponen los pelos de punta cuando sus hijos se acercan a esta etapa y, sin darse cuenta, se predisponen para aproximarse a los muchachos.


Ser o no ser


La adolescencia es y no es una etapa difícil. No lo es porque, como cualquier otra, tiene características que la distinguen y la hacen diferente del resto.

La dificultad mayor radica en que es el período cuando ocurren transformaciones a nivel endocrino (funcionamiento del organismo en el aspecto celular, órganos y sistemas de órganos) , psicológico (funcionamiento de la mente) y social (cambios de comportamientos condicionados por los dos anteriores).

La hacemos difícil en tanto desconocemos qué les pasa a los adolescentes y qué están sintiendo. Lo mejor sería, entonces, aprender para ayudar y, mucho mejor aún: que los adolescentes se interesaran por conocer qué está pasando con ellos.

Se despiertan las hormonas

Una de las aristas más complejas para el manejo de la adolescencia es la sexualidad, sobre todo cuando se presupone la aparición de los procesos sexuales únicamente en esta etapa.

El ser humano es un ser sexuado desde que nace. Sexualidad es manifestarse como lo que uno se considera: hombre o mujer. Durante la adolescencia continúa el proceso, pero con un despertar de las hormonas como nota distintiva.

Lo anterior provoca otros cambios, entre los que figuran la aparición de los caracteres sexuales secundarios, el vello en el pubis y axilas, variación en la voz para varones y, en ambos sexos, aumento de volumen en partes del cuerpo.

Se produce el llamado “estirón”, crecen las extremidades y el adolescente no está preparado para este cambio tan acelerado dentro de su organismo. No solo varían el cuerpo, la mente: los procesos síquicos, cognoscitivos, afectivos y volitivos evolucionan.

Percatarse de los cambios internos y externos no es tarea fácil para el púber. Adaptarse a las nuevas dimensiones físicas y psicológicas lleva tiempo y paciencia. El desconocimiento del adolescente y la falta de adecuada comprensión del mundo que le rodea produce la rebeldía.

Soy rebelde porque el mundo me hizo así

El estribillo de una canción de la década del 70 del siglo XX, en una voz adolescente bien lo dice. El entorno que lo rodea es cada vez más adverso. Los padres, ensimismados en resolver problemas económicos y materiales; los maestros atareados en transmitir conocimientos de diversas ciencias, valores, mientras las preocupaciones existenciales de quienes van emergiendo quedan sojuzgadas entre estas murallas.

La rebeldía gestada en la adolescencia tiene que ver con los procesos psicológicos que se experimentan. Cuando no se encuentran respuestas coherentes en el mundo interno, cuando tampoco se avizora una salida alrededor y sienten que se agolpan tantas cosas, la rebeldía aflora cual válvula de escape. Eso les permite, al menos, reforzar la idea de sí mismos a través de la imposición como mecanismo protector.

Hay conductas clásicas de insubordinación que marcan la etapa, como el inicio temprano de conductas adictivas, tan peligrosas para la salud. El fumar, beber alcohol y usar, incluso, otro tipo de drogas, son otras de las señales.
No menos peligroso - y muy vinculado a los cambios anatómicos y fisiológicos- es el comienzo temprano, sin reparación, para la vida sexual. El adolescente prueba en el fuego del sexo su autoafirmación, cuando no tiene la guía idónea para desarrollar otras potencialidades personales.

Seguir las modas o pertenecer a conjuntos de personas diferentes, dejándose arrastrar por el grupo, sin tener una verdadera identificación con estos, son otras conductas distintivas de la adolescencia,


¿Hay o no razón para la rebeldía?


La hay en la medida en que no se encuentran las respuestas, pero los espacios de diálogo están abiertos. Esta sección y esta revista son un ejemplo de ello.

Tomar las armas no siempre es la solución para acabar la guerra; hay contiendas que se ganan sin disparar un tiro, y digo más: en guerra avisada no mueren soldados.

Como versa ese viejo refrán, preparar a los niños para entrar en la pubertad deberá detener la rebeldía de manera razonable. Porque el ser humano también necesita aprender a ser independiente y autónomo. Llega el momento en que el muchacho dice: “Esto haré”.

Habrá que evaluar de conjunto qué cosas son más apropiadas, teniendo en cuenta siempre la visión desde varios ángulos (profesores, padres, sociedad, adolescentes), cada cual con la etapa que le ha tocado vivir, sus concepciones, su forma de mirar la vida, para construir una rebeldía necesaria.



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